La invención de Hugo Cabret

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

La Invención de Hugo Cabret es la incursión de Martin Scorsese en el género de la fantasía. Para la mayoría de los cinéfilos que vivimos sobre el planeta Tierra Scorsese es el gran maestro del cine de gangsters, dando a luz obras maestras como Taxi Driver, Buenos Muchachos, Casino e Infiltrados. El tema es que Scorsese nunca quiso el encasillamiento y siempre buscó bandearse hacia otros géneros probando la comedia, el drama biográfico, el drama de época y hasta el musical. En lo personal los filmes de mafiosos siguen siendo lo que más me gusta de su obra, aunque el tipo tiene talento para llenar estadios enteros y hacer filmes impecables del tema que se trate. Aquí Scorsese se mete con un libro infantil, el cual le sirve de excusa para despacharse con un sentido homenaje hacia uno de sus ídolos cinematográficos: Georges Melies, el padre fundador del cine fantástico. A principios del siglo XX Melies rodó cerca de 800 filmes de fantasía, ciencia ficción y aventuras, desarrollando un lenguaje visual y una caterva de efectos especiales (efectos de edición, miniaturas, perspectiva forzada, pinturas matté, etc) que se siguen utilizando hasta nuestros días. Pero, mas que la técnica, lo fascinante de Melies era su imaginación salvaje, plasmando en celuloide fantasias de todo tipo y creando un lenguaje visual onírico nunca antes visto. Tal como dice la película, Melies se fundió, quedó en el olvido y sólo fue redescubierto en los años 30, obteniendo premios y reconocimientos de todo tipo, y siendo su obra rescatada y revalorizada, reconsiderándolas como auténticas piezas de arte.
Mientras que el propósito es noble, lo cierto es que la trama elíptica de La Invención de Hugo Cabret se siente por momentos pesada y estirada. Es realmente un animal de especie única: el héroe olvidado que Asa Butterfield descubre en la antigua estación de tren no es Superman, Perseo o Napoleón sino George Melies, un nombre muy importante en la historia del cine pero que sólo el 5% de la audiencia del filme es capaz de reconocer. Vale decir, el filme peca muchas veces de intelectualmente pretensioso - más aún al ver al pedante personaje que compone Chloe Grace Moretz, incapaz de expresarse como una persona corriente - y cae en el error de encriptar algo que debería ser mas sencillo. Muchos de los personajes actúan por capricho, y las motivaciones de su encierro - de Moretz, Kingsley, el mismo Butterfield - permanecen herméticas e inalterables hasta los minutos finales. El drama también es artificial - justo el autómata tiene memorizado un fotograma de Un Viaje a la Luna (1902) -, y la presencia del banal personaje del inspector (interpretado por el siempre insufrible Sacha Baron Cohen) tampoco ayuda; es un forzado intento de preparar algún tipo de conflicto para montar una insipida persecución final. Yo creo que el filme hubiera sido mucho mas redondo si lo hubieran despojado de Hugo, sus relojes y el zóologico humano de la estación de trenes (que, por momentos, parece inspirado en los filmes de Jacques Tati), y se hubiera centrado en hacer lisa y llanamente una biopic de George Melies. Uno se da cuenta que como filme infantil es lento y espeso, y parece mas una fantasía orientada a adultos cinéfilos, generando un hibrido imposible de clasificar. No deja de ser buen cine - Scorsese arma tomas interminables; las perfomances son formidables (incluso de Ben Kingsley, quien abandona su caterva habitual de bodrios series B y demuestra que es capaz de dar una buena actuación cuando el proyecto lo amerita); hay un sentido homenaje a los pioneros del cine mudo (además de Melies están Harold Lloyd, Charles Chaplin, Buster Keaton y un largo etcétera), y por momentos la magia es palpable -; pero también no deja de ser una historia travestida, en donde la supervivencia heroica del protagonista termina siendo opacada por la redención artística de un viejo showman, el cual era el personaje secundario de la trama. En todo caso la pasión cinéfila de Scorsese le ha librado una mala pasada, traicionando el espíritu de la obra, y dejándose llevar por el tributo en vez de hacerle justicia al sufrido protagonista.