La increíble vida de Walter Mitty

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

El mundo a través de las imágenes

Nuevamente atrás y adelante de la cámara, Ben Stiller agrega un nuevo hito a su filmografía, ahora con una flamante versión del clásico libro de James Thurber, que tuvo un primer paso a la pantalla con Danny Kaye.

Para muchos, Ben Stiller es tan solo un gran comediante. Y aunque de su talento actoral no hay duda alguna, es bueno empezar a tener en cuenta su enorme y original talento para la dirección.
La increíble vida de Walter Mitty es su nueva película y una confirmación más de la coherencia de Stiller a la hora de construir su filmografía. Generación X, El insoportable, Zoolander y Una guerra de película mostraron una sofisticada mirada sobre el mundo contemporáneo. La industria del videoclip, la televisión, el cable, el mundo del modelaje y la publicidad, el cine… Y ahora la fotografía. Stiller está obsesionado con la representación de las personas a través de los medios y como esta condiciona la existencia misma.
En La increíble vida de Walter Mitty el propio Stiller interpreta a un tímido empleado de la revista Life, encargado de los negativos de las fotos que ilustraron la publicación durante años. La revista en papel llega a su fin y Sean O´Connell (Sean Penn), el máximo fotógrafo que tiene la revista, manda la foto para la tapa final. Es la foto más importante y la que le traerá a Mitty sus peores dolores de cabeza, o tal vez su salvación.
Mitty se abstrae muy seguido en fantasías diurnas que lo desconectan de su gris realidad y lo llevan a un mundo de aventura. Le gusta mucho su compañera Cheryl (Kristen Wiig) pero obviamente no sabe muy bien como acercarse. Este libro de James Thurber en el cual la película se basa ya tuvo dos adaptaciones, una en 1947 con Danny Kaye y Virginia Mayo y la otra una versión italiana de 1982. Pero en la película de Stiller la idea de fotografía vs la realidad es un tema principal, más allá de la fantasía.
A pesar de las posibilidades que da una historia como esta, la película no pierde su estilo, su sobriedad y su buen gusto. Y le agrega un discurso a favor de quien hace su trabajo a conciencia más allá de modas o miradas cínicas. No pretende la película oponerse a los avances, pero si rescatar la mirada. La mirada que en el mundo actual tiende a dispersarse o a vulgarizarse debido a la multiplicación de medio para registrarla.
A pesar de su humor (y de presencias notables, como la de Shirley McLaine, más allá de los actores mencionados) el film es el más dramático de los que ha dirigido Ben Stiller y también la más emotiva. Un paso más para la carrera de un director que hay que tomarse en serio.