La imagen perdida

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Vivir la ideología

La imagen perdida es un documental en el que el director Rithy Pahn relata la historia de uno de los sucesos más violentos en la historia de Camboya.

Es sabido el privilegio que tiene el discurso del testigo, del que estuvo en el lugar de los hechos, del que lo vivió para contarlo. El testimonio del que sufrió en carne propia un hecho atroz es algo irrefutable, que no se puede criticar. ¿Quiénes somos nosotros para cuestionar una “verdad” así? En La imagen perdida, Rithy Pahn, el prestigioso documentalista camboyano, relata la historia, en voz en off y en primera persona, de la toma del poder del régimen comunista de los Jemeres Rojos en Phnom Penh, capital de Camboya, el 17 de abril de 1975. Es decir, la instauración de la Kampuchea Democrática.

¿Cómo filmarlo? Pahn hace un más que interesante trabajo plástico, en el que reconstruye las imágenes (perdidas) del horror con figuras de arcilla, muñequitos como de plastilina que representan a los personajes “borrados”, la parte que falta del lamentable hecho histórico. A esto lo mezcla con un invaluable archivo de imágenes, sin duda lo más importante y destacado del filme.

Los habitantes de Phnom Penh fueron enviados a campos de concentración. Todas sus pertenencias fueron confiscadas. El comunismo usó el hambre como un instrumento de control (el principal y más eficaz). Los burgueses, los intelectuales y los capitalistas fueron reeducados o destruidos. Las escuelas se convirtieron en centros de exterminación. Toda la sociedad se organizó de forma colectiva y militar en unidades de trabajo. Todos debían abrazar la condición proletaria. La pala era el bolígrafo y el campo de arroz el papel. La práctica tenía que estar al servicio de la teoría. Phnom Penh era un laboratorio de ideología.

El problema del cine político es que casi siempre cae en la manipulación. La imagen perdida está confeccionada para dirigir la emoción del espectador en una sola dirección. El uso que hace de la música, por ejemplo, va marcando lo que el espectador tiene que sentir, mientras el narrador va diciendo “yo estuve ahí”, “yo lo otro”, “yo lo vi y aquí estoy para contarlo”. Llega un momento en que todo ese regodeo testimonial con música de fondo empalaga.

Está bien, y es necesario, que el director recuerde el genocidio camboyano y que restituya con ingenio las imágenes perdidas de la violencia y la represión del régimen. Pero más que un intento por reflexionar y comprender lo sucedido en su contexto, se habla del pasado desde una perspectiva del presente. Al basarse en un testimonio, La imagen perdida se convierte en una mera ficción en primera persona.