La imagen perdida

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Contra el olvido y la impunidad

Rithy Panh, a través de numerosos documentales y obras de ficción, ha creado una carrera cinematográfica sobre la premisa de luchar contra la ignorancia en torno al Genocidio Camboyano, léase las masacres perpetradas por los Jemeres Rojos entre 1975 y 1979 bajo la excusa de fundar una utopía agraria autoritaria hiper delirante que desencadenó la muerte de un cuarto de la población de Camboya vía fusilamientos, torturas y en especial una hambruna extendida en todos los campos de concentración que se montaron a lo largo de la nación para erigir arrozales con una producción siempre escuálida. La Imagen Perdida (L’Image Manquante, 2013) sigue la senda trazada por Duch, Master of the Forges of Hell (Duch, le Maître des Forges de l’Enfer, 2011) y S-21: La Máquina de Matar de los Jemeres Rojos (S-21: La Machine de Mort Khmère Rouge, 2003), aunque ahora analizando al propio Panh y su infancia en varios centros de trabajos forzados y colectivización asesina.

La película examina la psicopatía, mentiras, eslóganes y payasadas del régimen maoísta/ estalinista, esas que quedaron reflejadas en las filmaciones de la época, desde la óptica de la verdad negada, la crueldad fuera de foco, esa “imagen perdida” a la que apunta el título y que aquí Panh reproduce sirviéndose de figuras artesanales de arcilla que pasan a narrar mediante escenificaciones estáticas los momentos previos y el durante de la Kampuchea Democrática, la fachada institucional que utilizó la dictadura del demente de Pol Pot para cometer sus crímenes contra el pueblo camboyano; siendo los Estados Unidos los principales responsables de su ascenso porque lanzaron miles de toneladas de bombas sobre la nación -en el contexto de la Guerra de Vietnam- y así colaboraron de manera crucial en el incremento de la popularidad de los Jemeres Rojos, quienes decían enfrentarse a los imperialistas yanquis y terminaron cayendo en todas sus tácticas de guerra interna/ externa.

Con recurrentes narraciones en francés cortesía de un par de locutores en off (Randal Douc y Jean-Baptiste Phou), el director y guionista edifica un retrato meticuloso, porfiado y de cadencia profundamente lírica de sus primeros años de vida y de cómo toda su familia pereció a manos de esta banda de advenedizos seudo comunistas que en primera instancia operaron bajo su propio capricho cleptocrático/ idílico -y con la bendición de China- y que a posteriori terminarían demostrando su patetismo al huir hacia Tailandia cuando las constantes provocaciones contra Vietnam desembocan en la ofensiva relámpago de 1978/ 1979 del país vecino, el derrocamiento inmediato de los Jemeres Rojos y la instauración de un estado camboyano provietnamita llamado República Popular de Kampuchea, la cual eventualmente daría lugar a la Camboya de nuestros días. La dialéctica del horror cotidiano producto de la inanición y tareas realizadas en condiciones infrahumanas se combina con las ejecuciones sin proceso legal alguno por nimiedades y un martirio incesante basado en una supuesta “reeducación” sustentada en el acto de repetir consignas falaces y paranoicas.

Si bien en Occidente se conoce más al Genocidio Camboyano por la descripción del mismo en propuestas como Los Gritos del Silencio (The Killing Fields, 1984) de Roland Joffé y Primero Asesinaron a mi Padre (First They Killed My Father, 2017), la película que Angelina Jolie dirigió para Netflix a partir de las memorias de Loung Ung, una activista por los Derechos Humanos y también sobreviviente de los campos de exterminio de Pol Pot, los testimonios y análisis que ofrece Panh en la imprescindible La Imagen Perdida y en el resto de su filmografía son mucho más honestos y están lejos de la típica mediación algo light de los militantes humanistas de los países centrales, optando en cambio por registrar lo acontecido al detalle como documento inclaudicable de la locura y como herramienta de lucha política explícita contra las sucesivas administraciones gubernamentales de Camboya que -como en tantas naciones latinoamericanas luego de dictaduras salvajes y homicidas- pretendieron enterrar en el olvido las barbaridades de los Jemeres Rojos y garantizar su impunidad, un panorama que recién durante la última década comenzó a cambiar muy tímidamente vía enjuiciamientos aislados a algunos de los cabecillas máximos del régimen, con las tropas de los escalafones medio y bajo disfrutando aún de su libertad a pesar del más de un millón y medio de cadáveres desparramados en muchísimas fosas comunes…