La huésped

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Después de años de cine y literatura, que muchas veces se disfraza de analítica a la hora de “interpretar” la idiosincrasia de las nuevas generaciones, uno se va acostumbrando a la idea de que Hollywood parece tener 500 ideas sobre una misma temática, pero en realidad son sólo una o dos con 500 disfraces distintos. Se producen guiones “carcasas” a los que luego se les va cambiando o rotando el escenario y a los actores como si fueran un fondo de pantalla. Versiones actualizadas de los mismos programas o sistemas operativos.

Desde el punto de vista de la literatura Stephanie Meyer (más viva que el hambre) hizo millones con la saga Crepúsculo. Cuando se acabó el curro (se acabó es una forma de decir), escribió “La huésped”, en 2008. Le compraron los derechos y los productores (tan vivos como Stephanie Meyer) tomaron la fórmula de jóvenes (supuestamente) marginados e incomprendidos huyendo del mundo que no los representa, con la libido a punto de estallar y, por supuesto, lindos. Como salidos de anuncios de ropa, shampoo y desodorantes. La autora cambia bosque por desierto, el mundo adulto por el extraterrestre, y las banditas de lindos vampiritos y lobos por rebeldes anti-aliens, y rebeldes con voluntad de paz. Todo lo mismo.

“La huésped” plantea un mundo invadido por extraterrestres de una manera peculiar. Son como “panaderos” brillantes (¿Se acuerda de “Avatar”, 2009?) que se meten dentro del cuerpo y los deja puros, prístinos, sin violencia, sin rencor, y también sin razón. Una especie de “parásitos bondadosos”, si me permite. La forma básica de distinguirlos es que los ojos se vuelven plateados, ergo los que tienen ojos comunes no han sido colonizados.

El tema es que el alma, el espíritu, o lo que sea que llevamos dentro, se resiste a la conquista mental. La lucha digamos que va por dentro. Esto es lo que le pasa a Melanie (Saoirse Ronan). En pos de proteger a su hermanito Jamie (Chandler Canterbury) se usa a sí misma como señuelo y se suicida, pero como no muere los extraterrestres (humanos colonizados) le implantan un panadero y le cambian el nombre por el de Wanda. ¿Y entonces? El alienígena comienza a escuchar a Melanie dentro de ella dándole órdenes, cargoseándola y pretendiendo que la lleve a donde están los sobrevivientes.

En ese instante vemos y escuchamos un recurso jamás visto en el cine, ni en la televisión, un destello de genialidad, inventiva y originalidad: Wanda habla en voz alta y Melanie en off con efecto de cámara, para que nos damos cuenta de quién es quién. Y si con esto no le alcanza el director Andrew Niccol, le indica a la actriz que detenga toda acción física para cuando inserten los diálogos ¿Qué me dice?

Perseguida por la obsesiva Seeker (Diane Kruger) Melanie/Wanda llega a cruzar todo un desierto hasta que el líder de la resistencia Jeb (William Hurt) la encuentra y la lleva montaña adentro donde descubrimos que los sobrevivientes formaron una especie de colonia Amish que hasta los de “Testigo en peligro” (1985) sentirían envidia.

Esta producción no sólo deja baches narrativos con propuestas de subtramas que pierden por abandono, sino que además atenta contra el verosímil (que ya arranca por una cuerda flojísima), y como guinda del postre contradice el discurso de la resistencia para salvar a uno de los personajes en pos de las secuelas. Ah… ¿No le avisé? Stephanie Meyer tiene contrato para escribir al menos dos más: “The soul” y “The Seeker” (a que el final lo dividen en dos, como hicieron con la saga anterior).

No hay actuaciones destacables aunque es de esperar que varios de estos chicos sigan su carrera aquí o en algún reality show. Igual nunca se sabe. Si a Robert Pattinson lo puede llamar David Cronemberg para actuar en “Cosmópolis” (2012), puede pasar cualquier cosa.

Tampoco los rubros técnicos se destacan. La fotografía de Roberto Schaefer es una sucesión de postales del desierto, al que le quita toda posibilidad de dar sensación de extensión, aridez y sequedad. Digo, porque son muchas las panorámicas utilizadas por el realizador como para establecer la ubicación del refugio, bien lejos de la civilización y modernidad. La banda sonora de Antonio Pinto es una delicia, pero parece de otra película, y los efectos visuales una copia de todo lo ya visto.

Claro está, “La huésped” encontrará su público en los fans de Crepúsculo, “Soy el número 4” (2011), y demás productos parecidos a una cadena de comidas rápidas. Al principio de sabor distintivo, luego más de lo mismo, y al final, aburre.