La huésped

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Las ventajas de ser humano

Cuando Andrew Niccol ha abordado la ciencia ficción ha sido desde la perspectiva del rebelde contra el “Brave New World” (título original de “Un mundo feliz”, de Huxley): si en “Gattaca” el rasero estaba impuesto por una determinación genética, en “El precio del mañana” el tiempo era la unidad de cambio y la duración de la vida se convertía en condicionamiento de clase.

En “La huésped”, unió fuerza con Stephenie Meyer, la creadora de la saga de “Crepúsculo”, que demostró gran habilidad para colocar romanticismo adolescente en contextos extraordinarios; devenida aquí en productora, ya plena parte del negocio cinematográfico. Y entre los dos construyen una vuelta de tuerca sobre el tema, y encontrando a la vez una vuelta de rosca sobre los tópicos de “la invasión zombie”, algo muy de moda en estos tiempos (la humanidad acorralada, la resistencia organizada, los seres queridos que vuelven convertidos en otra cosa).

Invasión prolija

La Tierra ha sido colonizada por una raza alienígena de “almas” (en realidad, unos simbiontes luminosos que se meten por la nuca), que al parecer en otros mundos conviven con la raza dominante pero aquí se dedican a poseer a las personas. Así generan una sociedad de apariencia humana pero modificada: en vez de ser bárbaros que se matan los unos a los otros, ahora se ven individuos solidarios, que no mienten, que han incorporado cierta ciencia alienígena pero en general usan la tecnología local (ideal para no gastar tanto en efectos especiales). El rasgo distintivo de los “poseídos” es un aura alrededor de la pupila, algo con cierto glamour.

Los humanos libres son perseguidos por los seekers (buscadores), agentes coloniales que visten trajes blancos y gustan de los vehículos plateados y la prolijidad. Tratan de capturar vivos a los humanos, para que sean receptivos a nuevos simbiontes. Ése es el caso de Melanie Stryder, quien trata de suicidarse sin éxito y recibe el implante de un “alma” conocida como Wanderer (nómade, viajera). Luchadora nata, Melanie sigue despierta, con lo cual se desata el conflicto entre las dos conciencias que habitan el cuerpo.

Melanie tiene un novio (Jared) un hermanito (Jamie), y en su búsqueda parte. Anunciada como “el primer triángulo amoroso en dos cuerpos”, en realidad se vuelve cuarteto, cuando la renombrada “Wanda” (la invasora “humanizada”) empiece a tener su propia agenda afectiva. y será perseguida por una seeker salirda de su propia norma, como el agente Smith de “Matrix”.

Simbiosis pasional

Como decíamos, cada uno de los creativos puso su granito de arena. Niccol vuelve a defender el libre albedrío y el deseo como pulsiones esenciales de lo humano, y mostrar que “ser humano está bueno”, incluso desde la perspectiva de una entidad incorpórea y milenaria. Y Meyer vuelve a construir atracciones complejas donde todos quedan confundidos: “Te enojás si beso a un hombre al que amás, y te enojás si beso a uno al que no amás”, le dice Wanda a Melanie; “Si pudieras abrazarme como soy realmente, me apretarías para matarme”, le dice a Ian, uno que trata de colarse como en el juego de la loba.

Así fluye un relato entretenido y llevadero, con momentos de tristeza pero sin ninguna amargura definitiva, y visualmente vistoso, a partir de la contraposición del mundo salvaje y desértico (el “Far West” de los westerns) donde se aloja la resistencia, y las pulcras y ordenadas ciudades, con algunos rediseños a lo Berlín oriental, donde tiene su base la sociedad de los invasores.

Mi bella alien

Pero parte de lo vistoso es poner jóvenes bellos en ese contexto violento (pero sin la dureza de “Los Juegos del Hambre”). Y Niccol elige una bella y a la vez buena actriz para encarnar al cuerpo dividido: Saoirse Ronan, aquella jovencita nominada al Oscar por “Expiación, deseo y pecado”, la misma que eligió Peter Jackson para “Desde mi cielo”, ya lo suficientemente mayor para dar el perfil de heroína romántica (ayuda al lector: pronuncie su nombre de pila como “Sirsha” o “Surshu”: vio cómo son estos irlandeses).

Max Irons encarna a Jared, el “chico lindo” que la protagonista ama, y Jake Abel a Ian, el “galán alternativo” y sensible. William Hurt como Jeb, el tío loco y genio de Melanie que lidera a los resistentes, le da peso al elenco, junto a Diane Kruger (la obsesiva seeker) y Frances Fisher (tía Maggie), en su primer papel de “mujer mayor” (ya no de “veterana hot”). Emily Browning hace una aparición fuera de créditos, como para no deschavar el final.

En definitiva: “una peli que se deja mirar”, un poco de “franeleo” (poco) en medio de una invasión a la Tierra, otro poco de reflexión sobre qué nos hace ser humanos, y la conclusión de que el corazón y las hormonas nada saben de exobiología.