La horca

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Los cuatro del patíbulo

Aun con recursos ya vistos hasta el hartazgo, de a ratos consigue asustar.

En el cine de terror, los subgéneros son como los villanos: no mueren jamás. Después de El Proyecto Blair Witch, Actividad paranormal y Rec, y todas las secuelas de cada una de ellas, más los infinitos títulos menores que las copiaron, parecía que el subgénero found footage (filmación encontrada) estaba agotado. Pero no. La explicación es simple: es una forma barata de filmar y sin necesidad de disimular la falta de presupuesto, porque la escasez de recursos es parte de la estética (después de todo, se supone que la filmación se hizo con una cámara hogareña).

Esos motivos económicos fueron los que llevaron en primera instancia a Chris Lofing y Travis Cluff a contar La horca con la narrativa típica del found footage. Con dinero que les aportaron algunos comerciantes y un equipo muy reducido filmaron una primera versión. Después hicieron un trailer que llamó la atención de los grandes estudios, que aportaron los fondos para mejorarla y distribuirla.

El resultado final no aporta nada nuevo al subgénero: se limita a cumplir sus convenciones -muchas imágenes vertiginosas y confusas, desprolijidad adrede- y pierde en cualquier comparación con las tres películas emblemáticas mencionadas. Pero es efectiva y de a ratos consigue su cometido: asusta.

La historia transcurre en un colegio secundario. En 1993, una obra de teatro -llamada, justamente, La horca- representada por un elenco estudiantil tuvo un trágico final: uno de los actores adolescentes murió al ser ejecutado en una horca que debía ser de utilería. Veinte años más tarde, el colegio decide que una nueva camada de alumnos monte la obra.

Pero al que le tocó el papel protagónico se deja convencer por su mejor amigo -el típico bully canchero del equipo de fútbol americano- de sabotear el proyecto. Así que deciden entrar de noche a la escuela para romper la escenografía. Y ahí terminan, junto a dos chicas y dos cámaras. Pero no leyeron a Cortázar e ignoran que la escuela de noche puede ser aún más siniestra que de día.