La hora del cambio

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

La corrupción, eje de una sátira reducida a un cliché

"Italia es el país de las componendas", decía el príncipe Salina en El gatopardo, de Visconti y Lampedusa. Y algo de aquel aire que inundaba la Sicilia decimonónica parecen querer recrear, en clave de farsa, los comediantes Ficara y Picone en La hora del cambio. La elección del nuevo alcalde en el pequeño pueblo de Pietrammare se convierte en la perfecta excusa para asistir a la vieja disputa entre corrupción y honestidad. Patanè es el alcalde en ejercicio, quien persigue la reelección a fuerza de clientelismo, prebendas y una sonrisa publicitaria; Pierpaolo Natoli es un profesor viudo y honesto que decide dar batalla, prometiendo cumplir su mandato con conciencia y respeto a la legalidad. Ficara y Picone son, en ese escenario político que se traslada a la vida cotidiana, los cuñados de Natoli, remedos de los viejos arquetipos de la commedia dell'arte que condensan en la gestualidad y las frases hechas todo ejercicio concreto de la sátira.

La comedia fue uno de los géneros populares que mejor observó la Italia de la posguerra, el desencanto del milagro económico y la crisis de los años venideros. Hoy, aquella tradición que tuvo a Alberto Sordi y Totò entre sus filas, que dio a directores como Mario Monicelli, no puede salir de los clichés, de una puesta en escena televisiva ni de la convicción de que la idea está por encima del desarrollo narrativo y la vitalidad de los personajes.