La hora de la religión

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El sorpresivo éxito comercial de Profundo carmesí en 1996 permitió que se estrenara buena parte de la obra anterior de Ripstein. Lo mismo ocurrió un par de años más tarde con El sabor de la cereza y el cine previo de Kiarostami. Hoy resulta lejana aquella primavera cinéfila en la que era posible encontrarse con el cartel de localidades agotadas en el hall del Lorca para ver La manzana. Con el tiempo, la diversidad quedó acotada a los festivales. El resto del año, los complejos multisalas imponen un sistema de alta rotación e incluso marcan la estrategia de lanzamiento de las distribuidoras independientes, obligándolas a postergar el estreno de los títulos pequeños por falta de pantallas. Aún en este contexto, Vincere es la película del año. Pero su notable suceso de crítica y público sólo habilita el estreno de otra película de Bellocchio en formato DVD y en pésimas condiciones de exhibición.

Todo lo anterior no nos impide afirmar que La hora de la religión es una película extraordinaria. Elegante, compleja y sutil, pero a su vez impulsada por una mirada salvaje y sarcástica sobre las instituciones. Si bien la película está profundamente arraigada en la gran tradición del cine italiano, que siempre tuvo a la familia como tema central y a la política como objeto, la originalidad de Bellocchio consiste en reemplazar el naturalismo corriente por un viaje hacia las sombras. Un sueño inquietante que transforma a Roma en una sucesión de pasillos lynchianos y destila un hechizo misterioso e indescifrable.

El enorme Sergio Castellitto compone a Ernesto, un artista plástico ateo de cierto renombre que, de buenas a primeras, se entera con estupor que debe atestiguar en el proceso de beatificación de su madre. Al principio Ernesto cree que se trata de una broma (nosotros también), pero luego descubre que todo su entorno familiar está al tanto de los trámites y entonces comienza a tomar forma la idea de una conspiración urdida por motivos inconfesables. A partir de este momento despunta una suerte de thriller metafísico donde todo lo que se describe es concreto y la mismo tiempo alegórico, un relato iniciático que llevará al protagonista hacia su infancia y su evitada familia, penetrando en un mundo paralelo poblado por fantasmas del pasado.

La puesta en escena clásica y realista, de fuertes contrastes entre sombras profundas y luces vivas, se resquebraja de a poco con planos fijos y recurrentes de un pequeño grupo de misteriosos personajes en el fondo de un salón del Vaticano. La realidad parece hundirse para dejar lugar a una atmósfera envolvente que propicia la irrupción de extrañas figuras como el conde anacrónico que reta a Ernesto a un duelo. Esta atemporalidad se suma a las locaciones inciertas y a la confusión de rostros que permite que el protagonista asuma que una joven seductora y liberadora puede ser la maestra de catecismo. La película deviene una pesadilla paranoica y secreta que admite tanto un bautismo furtivo en medio de la noche como la aparición de una vieja tía cínica explicando las ventajas de tener una madre santa. Bellocchio visita a Buñuel, La hora de la religión es una película salvaje, subversiva e irresistible. Única.