La herida y el cuchillo

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Quien haya asistido a alguna de las funciones de Máquina Hamlet en el Espacio Callejón, allá por 1995, recordará una de las experiencias más extremas del teatro independiente local. Sobre el escenario, Emilio García Wehbi, uno de los miembros fundadores del grupo El Periférico de Objetos, manipulaba muñecos y animales en esa radical relectura del clásico de Shakespeare, adaptación de la obra del alemán Heiner Müller. Ya sin sus compañeros de aventuras en la compañía, el actor y dramaturgo continuó desarrollando una carrera marcada por piezas arriesgadas y provocadoras. La herida y el cuchillo, del realizador Miguel Zeballos, acompaña a Wehbi en diversas instancias creativas, cubriendo un lustro de trabajo (de 2014 a 2019) en puestas y performances, de 58 indicios sobre el cuerpo a En la caverna de Platón, sin dejar de lado las sesiones de Communitas, el libro que realizó junto a la fotógrafa Nora Lezano. Pero el film no es simplemente un documental de backstage y, entrelazados con los ensayos y diálogos entre el director y los actores, se desarrollan una serie de “ficciones” generadas específicamente para la cámara.

Las placas que, de manera godardiana, aparecen de manera recurrente, parecen tener una obsesión: el cuerpo humano. Las imágenes refuerzan esa idea y los cuerpos, vestidos o completamente desnudos, toman por asalto la pantalla y los escenarios del Teatro San Martín, el CCK, Timbre 4 y el Teatro Cervantes, espacios donde tuvieron lugar las diversas experiencias teatrales y performáticas. El propio Zeballos confirma en un texto enviado a la prensa que le llevó años encontrar la estructura de la película. Configuración que, lejos de construirse como un simple recorrido de bambalinas, va imponiéndose como un proyecto ensayístico sobre la creación artística, la relación entre realidad y actuación, los objetos y cuerpos como figuras concretas y como abstracciones. En ciertos momentos, la cámara se planta frente al protagonista mientras corrige y altera el tono, ritmo y nivel de intensidad de un monólogo, pero evita mostrar aquello sobre lo cual se discute. En otros, por el contrario, la performance ocupa todo el espacio y la voz del director parece provenir de un espacio ajeno al proscenio.

Sobre el amplio escenario construido en un galpón, Wehbi destruye con un martillo un contingente de juguetes de plástico. Sobre otras tablas, un nutrido grupo de jóvenes se desnuda antes de romper la cuarta pared y confrontar al público. “Me pongo mis nuevas zapatillas Nike y en Palermo hago la revolución”, canta una actriz en lo que parece la parodia de una banda punk. Una placa reza “El cuerpo es vulnerable. Un cuchillo lo hiere. Una palabra lo lastima”. Como muchas de las experiencias teatrales de Wehbi, la película de Zeballos termina de hacer sentido cuando toca y penetra al espectador. Un sentido muchas veces absurdo, otras punzante, casi siempre violento.