La helada negra

Crítica de Rosana López - Fancinema

LA MUJER SANTA: BENDICION CON INTERESES

Misteriosa, mística e implícita es La helada negra, la nueva propuesta original del director entrerriano Maximiliano Schonfeld (Germania), que en esta oportunidad narra una especie de fábula en un pueblito rural y avícola en la provincia de la que es oriundo, donde una joven entre curandera y media bruja irrumpe para frenar sequías y heladas.

Con Ailín Salas como protagonista y un grupo de no actores que deslumbran en naturalidad, Schonfeld despliega una historia interesante con climas que rozan lo onírico y un latente suspenso liviano pero atrapante. Con ritmo pausado pero excelentemente llevado, vemos cómo una muchacha al estilo hippie vegano es rescatada por otro joven pueblerino cerca de un pequeño canal junto al río.

Salas es un acierto físico y actoral, sus rasgos ya desprenden esa belleza autóctona particular con un halo de misterio que se vuelve la impronta central del film. Su personaje por un lado rompe la cotidianeidad tranquila de Valle María -locación elegida- precisamente en la granja de los hermanos Hell, que se disputan el cariño de esta “única” mujer ya sea por deseo sexual; por veneración a sus “poderes”; o por considerarla como una hija indefensa.

Habrá que preguntarse hasta qué punto esta “jovencita santa” utiliza la necesidad de los demás a su favor aprovechando cada ofrenda material y hasta dinero otorgado. Sin embargo, nadie cuestionará su accionar. Es digna de fe y Salas cumple su rol a rajatabla.

Por otro lado, La helada negra nunca revela los orígenes de esta misteriosa y tosca extranjera que altera la vida de una población mayoritariamente masculina con faenas propias del hombre de campo. A estos pueblerinos sólo les preocupa el accionar de los daños climáticos exteriores a sus cosechas y animales, así deban pagar o alimentar a la nueva “inminencia”. Es un ida y vuelta, un negociado implícito que por momentos amenaza con quebrarse.

Este clima de tensión tan logrado que juega con la impaciencia del espectador resulta también de la correcta fotografía de Soledad Rodríguez y equipo, que incluyen giros de 360 grados sobre el eje de algunos personajes generando sensaciones de unanimidad con aquel paisaje tan dependiente del apocalipsis. Y también algunos encuadres en medio de festejos masculinos y privados con planos medios cortos o largos que cargan de suma importancia a los actores, como si de fotos de archivos se tratasen. Estos ejemplos recuerdan a las técnicas de Leonardo Favio que en algún momento fueron frescas y novedosas a principios de los 60’.

Lo cierto que en La helada negra siempre se juega con la contraposición y la ambivalencia, ya sea desde la sexualidad fuertemente marcada hasta las creencias y los chusmeríos de pueblo, pasando por la elección de planos de conjunto durante las fiestas de la colectividad alemana a kilómetros de la granja de los Hell pero con esa “fastuosidad urbana” que todo pueblo chico gusta demostrar. Exhibida en primera instancia durante el último Festival de Berlín, tenemos una historia enigmática aparentemente típica que mezcla la muerte, la religión y la naturaleza pero contada con una gran falta de explicitez que desata el mejor de los imaginarios.

Schonfeld cautiva de forma esencial y con recursos tan necesarios como acertados, en medio de esta nueva corriente de cine independiente nacional que tiene como epicentro para muchos directores la cuestión rural y provinciana -sin caer en lo peyorativo-, desde ámbitos como el género terror/humor negro con El eslabón podrido, pasando por el excelente drama La niña de los tacones amarillos, hasta el documental Crespo (la continuidad de la memoria).