La helada negra

Crítica de Mariana Ruíz - CineramaPlus+

La historia nos aleja de la ciudad y de la vida citadina a la que estamos acostumbrados. La vorágine del día a día y la rutina suelen omitir los innumerables paisajes que la Argentina ofrece. Mientras las máquinas de oficina nos encierran en redes, barullo y estática, en otro lugar muy alejado de la locura urbana, una niña misteriosa (en medio de un vasto y majestuoso horizonte) decide quedarse a vivir entre los habitantes de una colonia alemana.

Esta película situada en el interior del país (en la comunidad rural de Valle María – Entre Ríos -) nos recuerda a otros filmes que ya se han estrenado en lo que va del año, como, por ejemplo: El eslabón podrido de Javier Diment y Crespo (la continuidad de la memoria) de Eduardo Crespo, siendo esta última muy significativa, ya que ambos directores, Crespo y Schonfeld, son oriundos de la localidad de Crespo y, a su vez, las historias que cuentan en sus filmes están basadas en un hecho real que cada uno vivió de pequeño.

Estos relatos apuestan al extrañamiento del espectador y a romper con la estructura tradicional de contar una historia de la vida del hombre urbano, buscando locaciones naturales y alejándonos de lo que estamos habituados. Maximiliano Schonfeld (director y guionista de esta cinta) elige nuevamente como escenario el paisaje rural, una colonia alemana, un peligro que supone la pérdida de la cosecha y a parte del elenco que ya había participado en su primera película Germania (2012).

La helada negra es un fenómeno meteorológico que sucede durante la noche cuándo la temperatura cae por debajo de 0 grados perjudicando la vegetación. Al no haber un punto de rocío las plantas sufren quemaduras quedando impregnadas de un color negro. La pérdida de la cosecha es lo que amenaza a los hermanos Lell, hasta que Alejandra (interpretada por la actriz Ailín Salas) se presenta con una especia de cura, sanando el mal que los está acechando. La helada cesa y pronto los lugareños correrán la voz en todo el pueblo.

La película tiene su momento misterioso y religioso acompañado por una increíble fotografía que Soledad Rodríguez sabe mostrar de manera cálida al hacernos sentir correr la brisa en nuestras caras. Durante un largo tiempo no sabemos quién es esta joven misteriosa, qué es lo que hace allí, si es que la retienen, o simplemente no quiere escapar. Este y muchos interrogantes más que son develados casi al final de la película.

También se puede apreciar los sentimientos que empiezan a surgir por parte del más joven de la familia, la confusión que siente hacia Alejandra al no querer dejarla ir ya siendo para cuidar los campos o simplemente para que se quede con ellos. El director se detiene, en este caso, en las imágenes (prolijamente filmadas) más que en los diálogos, juega con escenas de montaje como, por ejemplo, el primer plano de la cara de la protagonista fundida con el paisaje del campo. Schonfeld nos invita a entrar en una historia de misterio dónde el espectador tiene que prever todo lo que va sucediendo en una atmósfera de grandes paisajes, pocos diálogos y sugerentes miradas.

Por Mariana Ruiz
@mariana_fruiz