La helada negra

Crítica de Luis Zas - Leedor.com

ME INTERESÓ MUCHO EL PROCESO DE LA CREACIÓN DE LO SAGRADO, DE QUÉ MANERA SE VA DANDO LENTAMENTE COMO UN HECHO CREATIVO, PORQUE SIEMPRE EN LA CREENCIA HAY ALGO DE CREATIVO.

MAXIMILIANO SCHONFELD

Con la ayuda de su galgo, Lucas Lell (Lucas Schell) encuentra a Alejandra (Ailín Salas) dormida en un maizal. Lucas es el más chico de los hermanos Lell los dueños de la propiedad en donde la encuentran. La chica parece caer en un momento especial de la familia Lell que acepta sin más la presencia de Alejandra sin preguntarle ni de dónde viene ni adónde va.

Alejandra es diferente, no es rubia como son la mayoría en esa comunidad de origen alemán y es directa en materia de sentimientos y dice tener novio cuando Lucas la aborda en el piso con cierto grado de violencia, le gusta cocinar y ayudar en ciertas tareas agrícolas en momentos que una helada negra atenta con frustrar toda la cosecha, pero luego de hacer humo para arrope de ciertos frutos, la helada desaparece, así como vuelven al estanque los peces y las vacas enfermas se curan.

Alejandro hace correr la voz y el pueblo al ver que sus males se van eliminando lentamente le confieren cierta rol de “sanadora” a la recién llegada que parece asumir conscientemente esa función.

Paradoja mediante, la mestiza sentada en su trono de heno es tratada como santa por esos gauchos rubios de ojos celestes (que siguen hablando alemán como sus ancestros) que la necesitan para intervenir en sus vidas no solo para detener la rara peste que pone en jaque su medio de vida sino también para sacudir ese profundo letargo emocional en la que está sumida la comunidad.

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Estrenada en la berlinale de este año (y donde sino…) seguramente habrá duplicado en los espectadores teutones el sentimiento de extrañeza viendo como etnias afines viven como gauchos del siglo pasado.

A diferencia de la triste y melancólica Germania, su anterior film, La Helada Negra tiene un optimismo de corte sobrenatural, con unos planos y una iluminación (responsabilidad de Soledad García) y unos magníficos fundidos (Vera Somlo) que profundizan una mística ligera pero intensa complementada con una sonoridad natural (Nahuel Palenque) que terminan conformando un cuadro técnico de gran calidad.

Radiografía de la construcción de lo sagrado, la helada negra está hecha pacientemente sin estridencias con el mismo modus operandi de la gente que retrata, como queriendo obtener una poética de la lentitud y del detalle donde la mirada puede decirlo todo.

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Ensayo antropológico donde el otro puede ser (sin importar las diferencias étnicas) un salvador y no un enemigo, la Helada negra recrea, cual experimento, el origen de lo mágico en nuestras vidas y como ese efecto puede activar el resorte de la propia sanación haciendo que lo externo y lo interno se complementen.

Minimalista y sugerente, tanto La Helada Negra como Germania apelan al silencio para mostrar la intimidad de las personas, donde lo que pesa es la soledad y la frustración por los sentimientos que no se expresan. Schonfeld trata de mostrar su aldea y lo hace despojándola de todo costumbrismo y cuando apela a las tradiciones lo muestra reforzando la soledad y la incomunicación de su propia gente

Rodada principalmente en Valle María, Entre Ríos, muy cerca de la ciudad de Crespo de donde es oriundo el director y de donde vienen otros directores como Ivan Fund (con quien trabajó en Sirenas) y recibió varios premios y estímulos como al Mejor Proyecto Work in Progress en el 30º Festival de Cine de Mar del Plata, Concurso Raymundo Gleyzer y Lab Bafici (donde se proyectó este año) entre otros.

la reina del heno

Como una metáfora de su propio proceso creativo, Schonfeld nos entrega con La Helada negra un film donde la mirada del etnólogo y el cineasta se funden, donde las explicaciones y argumentos desaparecen porque la película se piensa como una matriz que es todos los lugares y ninguno, como una alegoría sobre las cosas que suceden en este mundo y que no se pueden explicar…

Realizada con un mix de actores y no actores (decisión que tal vez sea tanto su virtud como su debilidad) el film se edifica como una sucesión de escenas que si bien no pierden el eje narrativo si resienten la dinámica del film y su poder dramático ya que no es fácil filmar alegorías y a la vez no deshumanizar el retrato de la personas, con el riesgo de transformar a la cinta en algo tan frío como la helada que enuncia.

Una comunidad rural que elige reconectarse consigo mismo y los demás a través de lo religioso le sirve a Schonfeld para enmarcar la unión de lo poético y lo sagrado como su punto de encuentro con Andrei Tarkovky. Como él, enuncia y denuncia el vacio de un mundo sin misterios, sin ligazones sagradas con la vida, sin Dios.

Con este film Schonfeld demuestra que es un cineasta integral y elípticamente también nos hable de esta helada negra que amenaza no solo al cine argentino desde la gestión cultura y política actual.