La helada negra

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Entre la fascinación y el temor

El joven director entrerriano Maximiliano Schonfeld continúa explorando sus raíces a través de sus películas, una tarea que incluye algunos cortos, un primer largometraje, “Germania”, y ahora, el segundo, “La helada negra”.
Schonfeld es descendiente de inmigrantes alemanes, nacido y criado en una zona de colonias rurales de ese origen instaladas desde hace tiempo en la campiña de Entre Ríos.
En esta oportunidad, intenta reconstruir, a su manera, algunas costumbres y vivencias de los pobladores de la ciudad de Crespo y sus alrededores. La historia de “La helada negra” está inspirada en un suceso ocurrido en ese lugar, mientras se filmaba “Germania”: la aparición de un niño sanador que era frecuentado por numerosos vecinos que acudían a él para que interceda en favor de algún pedido.
A partir de ese hecho de la realidad, Schonfeld crea una ficción de características un tanto ambiguas, ya que apela al relato mítico, lindante con la fábula, y al mismo tiempo intenta ofrecer una pintura, con trazos naturalistas, de su aldea.
El tema elegido favorece esa atmósfera que impregna al film al desarrollarse en un espacio atemporal, aunque esté ocurriendo en este preciso momento.
La película comienza en un día en el que la granja de los hermanos Lell amanece completamente arrasada por una helada que arruinó todos los cultivos. Sobre esos campos llagados por la escarcha, también aparece un personaje desconocido que irrumpe en esa familia de una manera extraña.
Lucas, el menor de los hermanos, salió ese día a pasear a su perra Branca y se encontró con una chica desmayada, a la orilla de un arroyo. Sin dudarlo, la toma en sus brazos y la lleva para la casa. Sin hacer preguntas, le dan alojamiento y parecen adoptarla con naturalidad. Allí viven solamente varones de edades variadas. La chica dice llamarse Alejandra. Los dueños de casa le prestan ropas de mujer que tienen guardada de otros tiempos, pero de su original dueña, nada se sabe. A la chica le encargan algunas tareas domésticas y si bien los hermanos no hablan mucho, sus miradas y sus actitudes demuestran que la presencia femenina les provoca una mezcla de curiosidad, tensión y secretas emociones.
Pero lo más llamativo del caso, es que Alejandra se muestra desenvuelta y tiende a tomar la iniciativa, haciendo algunas cosas un tanto fuera de lo común, que los hombres interpretan como una especie de “trabajos sanadores”, atribuyéndoles a esas acciones la pronta recuperación de los cultivos, cuando todo hacía suponer que estaban destruidos irremediablemente.
En una granja vecina, se están muriendo las vacas y nadie sabe por qué. Los hermanos Lell sugieren que tal vez Alejandra pueda hacer algo al respecto y así se va corriendo la voz, y empiezan a acercarse cada vez más personas a pedir alguna ayuda y a dejar ofrendas a la “santa”.
Los días transcurren en una atmósfera un tanto irreal, con alguna tensión sexual y un aura de misterio que rodea a Alejandra. Nadie sabe en realidad quién es ni de dónde viene, aunque ella toma todo con naturalidad.
Pero el hechizo se rompe cuando el relato devela que forma parte de un grupo de trashumantes, quizás gitanos, que ha acampado por allí cerca. No se sabe por qué Alejandra se apartó de ellos, pero pronto, sin dar explicaciones, con ellos habrá de volver. Así como vino un día, otro día se va.
Schonfeld intenta un enfoque cuasi poético, al darle al relato las características de una fábula, queriendo ilustrar así uno de los aspectos más llamativos de esas comunidades cerradas que viven en una especie de aislamiento (congelados en el tiempo), apegados a viejas tradiciones provenientes de Europa, por un lado, pero que empiezan a ser invadidas por el mundo exterior, por el otro, lo que se vive como una tensión sin resolver entre la fascinación y el temor.
Para darle más verosimilitud al relato, Schonfeld trabaja con actores no profesionales, todos habitantes del lugar, y solamente el personaje protagónico está a cargo de una actriz profesional, la sugestiva Ailín Salas, en el papel de la misteriosa “sacerdotisa” a quien atribuyen el “deshielo” de la aldea.