La habitación

Crítica de Martín Escribano - ArteZeta

EL RENACIDO

Te va a encantar.
¿Qué cosa?
El mundo.

Una planta moribunda, una silla, una alfombra, un inodoro, una araña, una mesa, una serpiente hecha de cáscaras de huevo. Cosas que no forman parte del mundo sino del cuarto en el que Jack ha vivido desde su nacimiento hasta el día de la fecha: su cumpleaños número cinco. Cualquiera diría que las dimensiones de Habitación (así, con mayúscula) son excesivamente limitadas, casi al punto de la claustrofobia, pero a Jack le alcanza… no conoce otra cosa. En Habitación se juega, se baña, se cocina, se dibuja y se hace ejercicio. Hay un único espacio, propiciado por mamá, que garantiza cierta intimidad. Es el armario donde Jack duerme cuando viene de visita ese hombre que se llama Old Nick (uno de los nombres que antiguamente se utilizaban para aludir al Diablo… ¿Por qué será?).

En Habitación conviven los objetos tangibles (llamados “reales”) con los que no lo son y la idea de “mundo” es tan difusa como puede serlo para alguien que no sabe que una pared separa un adentro de un afuera. Hay apenas dos ventanas en Habitación: la primera es una claraboya que deja ver el cielo, nieve, alguna hoja arrastrada por el viento. “De ahí vine”, dice Jack, pues a pesar de todo no es ajeno a la universal pregunta por el origen (“¿De donde vienen los bebés?”) La segunda es una televisión, que muestra personas chatas y coloridas pero “mágicas”, no como Jack y su mamá.

Poco después de su cumpleaños, la irrupción de un ratoncito (¡real!) y un episodio violento entre mamá y Old Nick vendrán a quebrar la visión del mundo (perdón, de Habitación) de ese pequeño Sansón que es Jack. Mamá confiesa: Nick me raptó hace siete años y desde entonces me (nos) tiene en cautiverio. El miedo en la cara de Jack no resulta de la compresión del mal o de la historia del secuestro sino del hecho de que hay una salida. Existe la posibilidad de un afuera, se puede salir, es posible separarse.

Basada en la novela homónima de Emma Donoghue, aquí guionista, Room no sería la película que es de no ser por sus actores. La interacción entre Brie Larson, que venía pidiendo pista desde Short Term 12 y el jovencísimo Jacob Tremblay es inmejorable. Lo mismo puede decirse de la gran Joan Allen (para muchos apenas la Pamela Landy, de la trilogía Bourne) y William H. Macy (Fargo, Boogie Nights y un largo etcétera) como la pareja de abuelos más verosímil de los últimos años.

Los errores cometidos por el director irlandés Lenny Abrahamson (Frank, What Richard Did) quedan compensados por su capacidad a la hora de sacar lo mejor de sus actores. Los excesos de la banda sonora a cargo de Stephen Rennicks (uno de los puntos más flojos de la película) y un cierre no del todo acertado tampoco alcanzan para tirar por la borda la potencia que entregan varias escenas de Room que, quien sabe, a lo mejor le valgan a Brie Larson un merecido Oscar como mejor actriz (el Globo de Oro ya se lo llevó) aunque su interpretación, ya lo sabemos, va más allá de cualquier premio.//∆z