La habitación

Crítica de Diego Papic - La Agenda

La vida no siempre es bella

Una madre secuestrada cría a su hijo en cautiverio en ‘La habitación’, una película dura y potente que va mucho más allá de lo que uno se imagina.

“Hoy tengo cinco años. Tenía cuatro anoche cuando me fui a dormir a Armario, pero cuando me desperté hoy en Cama ya tenía cinco, abracadabra.” Así empieza, enigmática, la novela de Emma Donoghue en la que está basada La habitación. Es enigmático, por un lado, el punto de vista, el de un niño de cinco años. Son enigmáticos también los sustantivos en mayúsculas: es que el mundo de Jack (Jacob Tremblay) es el de una habitación en la que vive con su madre Joy (Brie Larson) desde que nació, y cada rincón, cada centímetro, cada objeto cobra la importancia de un pequeño barrio.

Joy está secuestrada hace siete años, una situación con ecos de casos reales como los de las austríacas Natascha Kampusch o Elisabeth Fritzl, y dio a luz a su hijo Jack fruto de los abusos sufridos a manos de su captor. La película, igual que el libro, empieza el día en que Jack cumple cinco años y ese origen no es antojadizo. Joy educó a Jack en la creencia de que el mundo es esa habitación, de que aquella claridad que se filtra por el tragaluz pertenece al espacio exterior y que las imágenes que se ven en la televisión no son más que figuras y dibujos en una pantalla.

Pero Jack está creciendo y Joy le empieza a contar la verdad: hay un mundo allí afuera y ellos están secuestrados. El verdadero punto de partida de la película es ese: cuando Jack empieza a comprender la verdad, una verdad que puede ser la llave de la supervivencia o incluso de la libertad, en una especie de proclama opuesta a aquella, ominosa, de La vida es bella. “No me gusta esta historia”, exclama Jack entre lágrimas. “Pero es la historia que te tocó”, le contesta su madre.

La puesta en escena del irlandés Lenny Abrahamson es extraordinaria y logra expresar con primeros planos la idea de que esa habitación es todo el mundo visto con los ojos de Jack. Y los diálogos inteligentes y ajustados de Donoghue (ella adaptó su propia novela) nos van transmitiendo la asfixia cuando Jack (junto a nosotros) empieza a entender que está encerrado.

Conviene no adelantar mucho lo que ocurre en las dos horas de película, pero no quiero dejar de señalar que la trama va mucho más allá de lo que uno se imagina. Cuando la película parece estar terminando, en realidad está empezando. Y esto, que en circunstancias normales se puede parecer bastante al tedio, en el caso de La habitación es fascinante.

Los casos reales en los que se inspira la película son tan horrorosos como inescrutables. La curiosidad que despiertan puede parecerse bastante al morbo pero también tiene su razón de ser. La dupla Abrahamson-Donoghue consigue el milagro de explorar unas cuantas aristas peligrosas sin esquivar ningún detalle pero sin caer tampoco en la truculencia, y la película va pasando del thriller claustrofóbico al policial y al drama y cada cuerda es tocada con destreza y afinación.

Pero hay otra dupla que tiene tanta o más responsabilidad en este éxito narrativo que la de director y guionista: es la de los actores. Brie Larson (es factible que gane el Oscar) y Jacob Tremblay llevan adelante unos personajes complejísimos que atraviesan situaciones inusuales y que van cambiando con el correr de los minutos. Y lo hacen con una delicadeza asombrosa, usando todos los recursos de sus cuerpos.

Muy probablemente estos trabajos prodigiosos se deban al menos en parte a la guía precisa de Abrahamson y también a los detalles lúcidos de la historia que construyó Donoghue. Lo cierto es que entre todos lograron una película potente y dura que consigue desentrañar algunos misterios que leídos en las páginas de los diarios parecían impenetrables.