La habitación del horror

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"La habitación del horror": el día de la marmota.

En busca de construir un origen traumático para lo sobrenatural, la película profundiza en esa vertiente del horror que crece en la intimidad del hogar y ahí consigue cierta originalidad. Sin embargo, todo lo que rodea a ese núcleo está más cerca de la fotocop

El argumento de los mundos/dimensiones/universos contiguos que terminan conectados entre sí por una brecha, abierta a veces de modo accidental y otras a través de rituales de paso, es la idea alrededor de la cual se ordena La habitación del horror, opera prima del surcoreano Kwang-bin Kim. Una idea que, lejos de ser nueva, es una mina inagotable que la industria audiovisual moderna se ha dedicado a saquear, usando su riqueza con los fines más diversos. Mundos clonados son el escenario de la serie Stranger Things, sobre la que Netflix construyó el primer imperio de la era del streaming. Dimensiones paralelas forman la estructura del omnipresente universo cinematográfico de Marvel, que convirtió a los superhéroes de esa casa editorial en la franquicia más redituable de la historia del cine. Y también esa es la base de trabajos ultra independientes (y muy recomendables) como Coherence (James Ward Byrkit, 2013). En el caso de esta producción coreana, el recurso de los universos en espejo es usado para alimentar una clásica historia de terror, género en el cuál también fue explotado de tal forma que cualquier cinéfilo podrá armar su propia lista de películas basadas en él.

A pesar del lugar común que la alimenta, La habitación del horror juega con un elemento dramático potente: el terror que puede surgir de vínculos estrechos pero regidos por una relación de poder muy desigual y los traumas que de ellos pueden derivarse. Los protagonistas son un arquitecto muy exitoso y su hija de 11 años, quienes se mudan a una casa alejada de la ciudad, luego de que la esposa de él, y madre de la niña, muriera en un accidente de tránsito. Golpeados por la tragedia, ambos se encuentran en un estado mental y emocional muy delicado. Él, con ataques de pánico y sin poder reorganizar su vida; ella encerrada en sí misma y castigando a su padre con la indiferencia. La película construye bien ese escenario de fragilidad y culpa, que será la llave para abrir el portal que el mal utilizará para entrar en sus vidas y moverse entre los dos mundos.

En busca de construir un origen traumático para lo sobrenatural, la película profundizará en esa vertiente del horror que crece en la intimidad del hogar y ahí conseguirá cierta originalidad. Sin embargo, todo lo que rodea a ese núcleo está más cerca de la fotocopia que de la influencia. Ahí está el investigador paranormal/exorcista que juega el doble rol de guía hacia lo desconocido y de alivio cómico. O el ejército de niños perdidos demoníacos, maquillados como una banda de black metal. También los ritos para atravesar los límites de esos mundos siameses. Y, sobre todo, el imaginario cristiano, esa fuente cultural inagotable de miedos con la que los espectadores de todo el mundo ya están familiarizados, aquí ligeramente orlado de color local. Un conjunto de elementos visto tantas veces, que es inevitable sentirse como Bill Murray en Hechizo de tiempo.