La guerra silenciosa

Crítica de John Lake - Negro&White

Las estrofas iniciales del tango Cambalache “Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”, reflejan en cierto modo la conclusión a la que llega Laurent (Vincent Lindon), el protagonista del último film de Stéphane Brizé. Muy a tono con su anterior realización El precio de un hombre (2015), en el cual un desempleado intentaba insertarse en el sistema laboral, el director de Madmoiselle Chambon se centra nuevamente en la amenaza del despido, en este caso para cientos de obreros en una fábrica automotriz.

El cierre de la planta y las demandas de los trabajadores adoptan por un lado los contenidos de un film de Ken Loach por la temática y planteos. Por sus formas, se acerca al cine de Laurent Cantet con un registro cuasi documental y una cámara inquieta, que sigue de cerca a los personajes con predominio de los primeros planos.

Dos años atrás la fábrica francesa perteneciente a un grupo alemán había acordado con sus trabajadores un importante recorte salarial para mantener la compañía a flote. Sin embargo, en la actualidad, decide cerrarla porque la rentabilidad, si bien es positiva, no está dentro de los estándares aceptables por los accionistas. Los empleados liderados por Laurent Amédéo se niegan a aceptar una resolución tan injusta y comienzan sus exigencias. Tal es el planteo del nuevo docudrama de Brizé de tintes sociopolíticos.

El conflicto trae aparejado tres tipos de reuniones: entre los distintos representantes sindicales, entre los obreros y las autoridades y una tercera en la que se suman representantes del gobierno. De un lado de la mesa de negociaciones está la cúpula directiva fría y soberbia, del otro lado los delegados gremiales temerosos y desafiantes, y en el medio los agentes del Estado que tratan de conciliar y ofrecer soluciones.

Los duelos verbales en alta voz con réplicas a velocidad láser se suceden sin cesar, en un clima de tensión al borde del infarto. En este contexto se luce Vincent Lindon con una entrega total y un esfuerzo que pocos actores pueden lograr. Es David luchando contra Goliat, un animal que choca su cabeza contra un muro infranqueable y que sin embargo sigue adelante pese a todos los contratiempos y trabas en su derrotero.

Una actuación realista plena de matices que emociona y asombra por la forma de representar el enojo y la ira contenida próxima a explotar. Alterna sus embates avasalladores con un lenguaje interno a través de gestos y miradas que reflejan su sufrimiento a flor de piel. El clima de agitación y nerviosismo se traslada al espectador con los reproches, reclamos y recriminaciones que se hacen entre las partes. Una excelente dramatización de una disputa laboral por momentos caótica con una sobresaliente interpretación de Lindon.