La Guayaba

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Ojo con el cine argentino. Rodeado de prejuicios, y de juicios también, no favorables, a veces justificados. La guayaba es cine nacional del bueno. Se trata de una película dura, muy dura de a ratos, pero muy bien realizada. El que mejor logre separar las emociones de lo que vea, la pasará mejor.

La realidad de todos los días. Marita Verón. Tantos niños y jóvenes como ella que desaparecen y viajan al submundo debajo de nuestra sociedad. Prostitución forzada.

En esta ficción la víctima se llama Florencia y la diferencia es que en vez de imaginar (o no querer hacerlo) lo que les ocurre a esas pobres personas, podemos verlo y sentirlo casi como si fuera verdad. El mérito en esto último tiene explicación en un grupo de excelentes profesionales, encabezado por el realizador y guionista Maximiliano González.

Todos ayudan a contar con un realismo espeluznante el calvario de la chica. Su sometimiento, su encierro, su deterioro físico causado por la violencia psicológica y el suministro de drogas, su miedo, y el sueño recurrente de poder escapar, están mostrados desde una intimidante proximidad física. Como si un ángel observara las escenas sin permiso para actuar.

Pero además la película, pese a contar una historia que de la que ya todos conocemos un poco, no es previsible. Suceden cosas que se lo impiden y que generan suspenso. Situaciones, o la aparición de personajes, como el empresario de la soja.

Técnica y artísticamente también es un filme logrado: los recortes de los primeros planos de los personajes, la fotografía y la luz en las escenas donde las jóvenes prostituidas se bañan una y otra vez mientras se cuentan sus secretos, la música el sonido ¿Para qué sirven estas películas? ¿Salir del drama de la vida cotidiana para entrar al drama de un filme? De lo que no hay duda es de que las historias hacen una invisible y periódica tarea de reparación de nuestras almas. Sólo el cine argentino puede reflejar temas que, aunque suenen universales, los comprenden mejor que nadie los que viven en nuestra tierra, y tienen nuestras costumbres.