La grande bellezza

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

Un coro de mujeres entona una pieza musical que eriza la piel en el balcón de una de las tantas fontanas romanas, mientras un grupo de turistas orientales intenta guardar en sus memorias digitales la mayor cantidad posible de recuerdos fotográficos. Pero hay uno que se separa del contingente y ante la visión sublime del infinito el destino se cobra su deuda. Como prefacio a una gran obra maestra, ésta lograda escena inicial anticipa lo que será el desarrollo de un drama italiano, que con aires de La dolce vita felliniana, lo que busca es representar la expresión máxima de la belleza.

¿Dónde está la belleza? ¿Cómo representarla? ¿Cómo poner en escena todo aquello que nos conmueve intelectualmente? Amplios escritos a través de los siglos han querido dar respuesta a estos y tantos otros interrogantes referidos al mismo tema, pero las preguntas siguen allí y por suerte con ellas, también, el deseo de seguir en su búsqueda desesperada.

En grados insospechados de activa imaginación, Jep Gambardella (Toni Servillo), que recientemente ha cumplido 65 años, es un famoso escritor que tras haber escrito una sola novela hace ya muchos años, se replantea seguir llevando adelante su profesión. Rodeado de falsas y longevas amistades, los grandes eventos y su nocturnidad compulsiva, lo único que hacen es recordarle el profundo vacío existencial que experimenta cuando las luces se apagan y la soledad de su cuarto lo espera, mientas se asoman por la ventana los primeros rayos del Sol.

Al estilo del flaneur de Baudelaire, Jep, recorre Roma con su tabaco entre los dedos y esa prestancia característica de un italiano seductor, quien predispuesto a disfrutar de los años que le queden por vivir, se dedica exclusivamente a la búsqueda de la gran belleza. La encontrará, seguramente, en una escultura del quatrocentto o en la imponente arquitectura erigida durante el siglo V. Pero lo que a todos podría alcanzarle, a él no, y es por eso que el peregrinaje continúa y será así hasta ese momento sagrado de inspiración en el que el mundo se detenga, y como aquel aroma a magdalena de vainilla de Proust, la memoria sensorial se haga presente.

En la actualidad, donde el mundillo del arte se sabe autónomo e interdisciplinario, las performances conceptuales ocupan el lugar central de la escena intelectual, situación que se ve muy bien ubicada tanto en la película en general, como así también en la vida del protagonista, quien parece no llegar a comprender el porqué de su naturaleza. Claro está que no es por ignorancia sino por el carácter superficial y estereotipado de formas vacías que solamente encubren falsas ideologías políticas o maltrato doméstico. Jep necesita ir a lo esencial, indagar en aquel momento primero en donde todo era uno y ese uno era sublime, perfecto y acabado.

Con un relato poético centrado en mostrar esos pequeños detalles que la mayoría ignora, La Gran belleza es un filme cautivante que logra grandes momentos de armonía fotográfica y sutileza narrativa. Con precisión de cirujano, cada plano tiene un sentido, y el acceso a este mundo de búsqueda se vuelve exquisito y por demás atractivo. Lejos de la pose y el maniqueísmo, los personajes parecen danzar como en aquellos mágicos musicales hollywoodenses en los cuales el dolor sólo se calmaba con el canturreo de una canción y un multitudinario baile coreografiado.

Especial para almas sensibles y bendecidas con el don de la imaginación, La Gran Belleza es una declaración de vida, un himno a la sutileza, y porque no, un tratado de belleza. Apta para la contemplación y el deleite de todos los sentidos, verdaderamente, un filme para anhelar.

Por Paula Caffaro
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