La grande bellezza

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Bella historia que cautiva de a poco

Primera advertencia. Esta película es de las que enamoran despacio. Quizás alguno se enganche recién a la media hora, con la escena preciosa y penosa donde un viudo sesentón visita al novio de adolescencia de su mujer. O con otra, más adelante, donde un amigo fascinado por la energía de un clásico choca con sus propias restricciones creativas y afectivas. La obra dura lo suyo, y sinceramente dan ganas de apretarle varias partes. Pero quizá necesitaba ser así, para envolvernos y dejarnos medio fascinados.

Carlo Verdone, cómico popular, asume aquí el dramático personaje del amigo. Luciano Virgilio es el viudo. Y Toni Servillo, el que conduce la obra, en la piel y la mirada irónica de un viejo periodista de sociales, un solterón mujeriego que ya está de vuelta de casi todo. El elenco es variado y excelente. El tono, tristón a veces, y otras veces despiadado. Se avanza por viñetas, recuerdos, comentarios de cara al público, diálogos ocasionalmente mordaces. Y por paseos públicos de antigua y descuidada belleza: la colina Gianicolo donde, desde 1904, se anuncia el mediodía con un cañonazo, la Fontana dell Acqua Paola, el Coliseo desde una vista privilegiada, el "Roma o muerte" del monumento a Garibaldi, la ribera del Tiber, los palacios discretamente ruinosos, con sus habitantes haciendo juego.

Segunda advertencia. "La grande bellezza" es descendiente directa de "La dolce vita". No se compara, como no se comparan los grandes artistas con los sucesores. Coinciden la ciudad, algunos caracteres extravagantes, la figura del escritor talentoso que se dejó ganar por la vida fútil. Pero aquella Roma de 1960, desvariada en los entusiasmos del boom económico, cuando empezaba la fiesta, apenas puede recordarse en la de hoy, que sólo conserva la resaca, invadida por su propio vulgo. El joven nervioso, molesto, turinés, no se refleja en ese señor tranquilo, resignado, con aires y entonación de aristócrata napolitano. Los tiempos cambian. Entonces, la criatura simbólica que propiciaba el desenlace simbólico era una niña de rostro puro y luminoso. La que acá cumple un rol parecido es una monja vieja que masca raíces. Tampoco aparece una nueva Anita Ekberg, pero eso ya es otra cosa (eso si, por ahí aparece Serena Grandi, para nostálgicos del cine erótico italiano de los 80).

Autor, Paolo Sorrentino, hombre irregular pero talentoso, en especial cuando trabaja con Toni Servillo, como en "El divo", cáustico retrato de un hombre fuerte de la política italiana, Giulio Andreotti. De regalo, un diálogo ilustrativo entre personajes de "La grande belleza": "No soy misógino, soy misántropo". "Bravo, para odiar hay que ser ambicioso". Y otro: "¿Tú en qué trabajas?" "No, yo soy rica". "Ah, un trabajo precioso".