La gran fiesta de Coco

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Siempre dije como si fuese una máxima propia, lo creí, y lo sigo haciendo, que el cine es francés, los demás le van a la saga.

Pero como toda regla tiene su excepción, los franceses produjeron este bochorno, incalificable, desde todo punto de vista, a decir verdad, no creo que este texto fílmico resista el más mínimo análisis.

He aquí la una apretada apreciación.

Coco, un hombre de alrededor de 40 años, que ha logrado todo lo referente a lo económico, es un ejemplo perfecto del éxito social. Empezó de la nada, supuestamente, de familia de inmigrantes, realizó en 15 años una de las más impresionantes carreras en pos de fortuna, y todo gracias a su invención: agua mineral “chispeante”.

Pero para Coco, el más importante de sus actos esta por venir. Sería consagración definitiva: el Bar Mitzvah de su hijo Samuel que se llevará a cabo en seis meses. “Todo” el mundo estará invitado y promete que será una fiesta inolvidable.

Obsesionado con el evento, Coco actúa desmesuradamente y llega casi a la locura sin registrar cual es el deseo de su hijo, ni percatarse que se está alejando de su familia y sus verdaderos amigos.

Gad Elmaleh, coguionista, realizador y protagonista de este mamarracho peligroso, es un emulo de ese otro “payaso”, pidiendo perdón a quienes realizan esa noble tarea de divertir, con delirios de actor como el italiano Roberto Benigni, hasta se parecen físicamente, incluso en los movimientos corporales exagerados, con la intención de hacer reír, por supuesto, muy lejos, demasiado lejos, de Jim Carrey y mucho más de los geniales Buster Keaton, Charles Chaplin o Jaques Tati, entre otros

Pero si sólo de pavadas se tratará, no es el caso, el texto es superfluo, reiterativo, sin sorpresas, para colmo con tintes misóginos y discriminativos.

No despierta la más mínima sonrisa. Algunos espectadores se retiran antes de finalizar la proyección enojados, otros que no se atreven a pedir que le devuelvan el dinero de la entrada se queda hasta el final, pensando también en alguna que otra vuelta de tuerca que nunca se produce.

Tampoco es posible encontrar algún acierto en ninguno de los rubros que componen una realización, ni el sonido muy de estudio, prefabricado sin intenciones narrativas, ni arte (ni parte), ni montaje que es de cortes lineales, ni la fotografía demasiado insulsa que no lega a crear clima alguno, ni de fiesta, y menos las actuaciones lamentables, ni siquiera la aparición demasiado fugaz de Gerard Depardieu relaja un poco.