La gran apuesta

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Una denuncia entretenida

No es la primera vez que el cine retrata la descomunal crisis financiera que tuvo su eclosión en 2008, tanto desde la ficción (El precio de la codicia, Too Big to Fail, la secuela de Wall Street) como desde el documental (Trabajo confidencial, Capitalism: A Love Story, Money for Nothing), pero La gran apuesta lo hace con una combinación de profundidad y levedad que la convierte a la vez en una impiadosa película de denuncia política y en una comedia muy entretenida.

No demasiado conocido en la Argentina, el coguionista y director Adam McKay es uno de los principales exponentes de la comedia estadounidense (en general con su actor-fetiche y socio Will Ferrell), gracias a películas como El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, Hermanastros, Policías de repuesto o Al diablo con las noticias. Aquí, ya sin Ferrell, contó con Brad Pitt como productor e integrantes del multiestelar elenco, que incluye también a Steve Carell, Ryan Gosling y Christian Bale: el star system hollywoodense reunido para dar toda una declaración de principios sobre la cuestión, a partir del best seller de Michael Lewis.

Hay una zona de La gran apuesta que es casi impenetrable para quienes no conocen la dinámica y la terminología de la Bolsa, los bonos y los agentes. En ese sentido, McKay se ríe hasta de sí mismo y muestra, por ejemplo, a la bella Margot Robbie desnuda en una bañera con burbujas (toda una metáfora) explicando de qué se trata la cuestión mientras bebe champagne.

Más allá de tecnicismos innecesarios, McKay sigue mediante una estructura coral a unos expertos en inversiones (además de las estrellas mencionadas, se lucen Finn Wittrock, John Magaro, Rafe Spall, Hamish Linklater y Jeremy Strong), que desde 2005 advirtieron la estafa del sector financiero estadounidense con las hipotecas no preferentes (de mayor riesgo) y comenzaron a acumular swaps (contratos privados con los propios bancos) por eventuales incumplimientos en los pagos; es decir, apostaron en contra del propio sistema que durante más de tres años intentó ocultar sus errores y disfrutó de una fiesta ficticia hasta que la bomba estalló de la peor manera. El colapso que ellos auguraban se hizo realidad.
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Si bien por momentos carece de la furia, del delirio y de la potencia cinematográfica del Martin Scorsese de El lobo de Wall Street,La gran apuesta se toma el tiempo necesario para, en sus algo más de dos horas, retratar a los antihéroes del film, personajes bastante patéticos, paranoicos y con problemas de comunicación que terminaron ganando fortunas yendo contra la corriente. Claro que, como advierten el personaje de Brad Pitt y las leyendas finales, la crisis financiera se cobró 6.000.000 de puestos de trabajo y dejó a 8.000.000 de personas sin hogar.

Es precisamente ese dilema, esa tensión moral entre el beneficio individual frente al derrumbe social, lo que genera la sensación más incómoda y contradictoria de una película que desnuda como pocas el cinismo, la hipocresía y las miserias de Wall Street, pero también de un Estado que -por acción u omisión- dejó que los abusos de unos pocos codiciosos hiciera estragos entre tantos neófitos, incautos o inocentes.