Graduación

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

En los últimos años, el cine rumano se ha convertido en referencia ineludible de dramas intensos que no le esquivan a la actualidad, a la árida historia del país, y temáticas espinosas que ponen a sus protagonistas en el eje de las discusiones. Graduación es la última película de Cristian Mungiu, quien nos sorprendía hace ya diez años con 4 meses, 3 semanas, 2 días, con la que se convirtió en el último ganador a Mejor director del Festival de Cannes; y en la que vuelve a demostrar que la tradición se encuentra vigente.
Así como en el film de 2007, Mongiu se atrevía a tratar el aborto de un modo franco, directo y sin medias tintas; en esta ocasión nos propone un protagonista con el que no nos será fácil empatizar. Adrian Titieni es Romeo, un médico llegando a los 50 años que mantiene una reputación ciudadana de fachada intachable.
Casado, y con una hija, Eliza (María-Victoria Dragus) el hombre da consejos e intenta guiar la vida de quienes lo rodean.

Determinados acontecimientos hacen que Romeo quiera que su hija vaya a estudiar en una universidad fuera del país, buscando lo mejor para ella. Romeo persiste en la vida de ella, intenta “estarle encima” para que tenga todas las herramientas que Rumania no parece ofrecer.
Pero tras esa fachada, hay un matrimonio quebrado; un hombre que mantiene una amante a la que también maltrata, que no es precisamente ético en su profesión, y que mantiene con su hija una relación tirante y de doble moral. Mungiu utiliza a Romeo como un claro ejemplo, botón de muestra de una sociedad que pensada que al terminarse el período comunista de Nicolae Ceaușescu saldría a la luz como una Nación naciente y pujante; y se chocó con la triste realidad que se esconde detrás de eso que se conoce como globalización.
Romeo hace rato entró/fue empujado en un espiral del que no puede salir. Es consciente de que mantiene una mentira, pero la sostiene para sobrevivir en esa sociedad que lo exige. Graduación no es un relato fácil, golpea, angustia, y más de una vez molesta. Mongiu retoma algunos temas que ya habían sido tratados en su filmografía, y lo hace de un modo que busca incomodar.

Romeo es expuesto en todas sus bajezas, pero el realizador no lo juzga, intenta comprenderlo dentro de su entorno. Quizás la mirada del director, o del espectador, sea la de la hija, que mantiene una cierta inocencia. De tono austero, ritmo lento, y muy dialogada; se exige un espectador acostumbrado a estas propuestas.
La utilización de largos planos secuencia, enfatiza el peso de los diálogos y la gravedad de las situaciones. Titieni y Dragus logran interpretaciones remarcables, hay en ellos una química tirante, pero también cercana, muy lograda.
La situación que vive Rumania puede ser extrapolada a otros países afectados por este (no)sueño de la prosperidad capitalista; por eso su cine, pese a ser localista, es fácilmente asimilable universalmente. Graduación es otra valiosa muestra de estos valores.