La fuente de las mujeres

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Rotas cadenas

Sobre la opresión de género en una aldea musulmana.

En jerga futbolística, La fuente de las mujeres podría ser definida como tribunera . Una película de estética cuidada, centrada en una premisa con amplio y creciente consenso (igualdad de derechos de género), que denuncia una opresión ancestral -supuestamente ajena, desde luego- con tono simpático, sin perder amabilidad. Cine de qualité europeo ambientado en un impreciso, reconocible, pintoresco, bárbaro tercer mundo, al que hay que aleccionar sin crudeza, apelando a la sensatez, las buenas intenciones, el subrayado y las moralejas.

Pues bien, así surgen filmes como éste: esquemáticos, maniqueos, políticamente correctos, orgullosos de sí mismos, con mucho más barniz que alma, en el fondo inofensivos. Aclaremos que La fuente...

fue seleccionado para la competencia oficial del último Cannes y que ha sido celebrado por sectores del público y de la crítica que lo consideran en las antípodas del cine de Hollywood. Concepto por lo menos discutible.

Radu Mihaileanu ( El tren de la vida , Ser digno de ser , El concierto ), realizador rumano que se formó en Francia, hace eje esta vez en el sometimiento a la mujer en la cultura musulmana. Inspirado en Lysistrata , de Aristófanes, y en la noticia de que un grupo de mujeres había hecho una “huelga de sexo” en Turquía, el director rodó esta tragicomedia que de trágica sólo tiene el tema y de cómico, algunos gags poco convincentes.

La fuente... transcurre en la aldea de un país nunca mencionado y está hablada en dajira, dialecto árabe. Apoyada en clichés con los que los occidentales simplificamos el mundo islámico, la trama hace eje en mujeres que, obligadas a cargar baldes de agua como mulas, se rebelan negándose a tener sexo con sus maridos. Algunas absorberán los golpes, otras reclamarán “ingeniosamente” la emancipación y el amor. La construcción de personajes, que opta por la chatura icónica antes que por lo complejidad humana, genera una paradoja: que el intento de “liberar” a las mujeres de estereotipos se ejerza a partir de mujeres estereotipadas. Las de esta película, en general, parecen no querer ni poder separar amor de sexo. Sólo un ejemplo.

El abordaje es retórico, poco genuino. Basta pensar en películas como El círculo , del iraní Jafar Panahi -condenado en su país por su valentía cinematográfica-, para comprobar la distancia entre un gran filme y otro demagógico.