La fuente de las mujeres

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Sexo, pudor y lágrimas

Tomar éste último filme del director rumano, formado en Francia, Radu Mihaileanu, realizador de la muy buena “Ser digno de ser” (2005), la genial “El Concierto” (2009), o la extraordinaria “Tren de vida” (1998), como una simple fabula sería dejar por fuera todo aquello del orden de la esperanza se pone en juego a través del relato.

El punto es que tampoco puede ser considerada como una gran metáfora, ni se encuadra dentro del registro que se podría llamar metonímico, no, acá lo que se despliega es una esperanza de cambio.

Si bien la forma de registro del filme cierra en el orden de realidad, no hay desde la imagen, la actuación, el espacio físico donde se desarrolla la acción, la escenografía, el vestuario, y los diálogos, ningún resquicio de cuento que de lugar a creer que estamos frente a una ficción elaborada por la simple imaginación de su autor. Desde lo estético – narrativo, si bien nunca lo dice, ni lo es, no parece ser la traspolación de un hecho real en ficción. En cambio es clara la influencia de Aristófanes y su obra “Lisistrata”, comedia que narraba las vicisitudes de las mujeres atenienses que se declaran en huelga de sexo con el fin de lograr la paz anhelada, siendo esta obra parte de la trilogía del autor en contra de las guerras, con “La Paz” y “Los Acarnienses” que la completan.

En “La fuente de las mujeres” todo transcurre en un país norafricano, o del Medio Oriente sin especificar. La religión y cultura que impera es la musulmana, las mujeres de ese pueblo son las encargadas de dirigirse a una fuente natural alejada de la aldea para recoger agua, en ese lugar no hay agua corriente, ni luz eléctrica y menos aun gas.

La tarea es ardua, pesada, sin ninguna consideración por parte de los hombres hacia las mujeres, con el sector masculino sumido en una desidia total, no tienen nada que hacer y nada nada, ya no son soldados, no hay guerra, tampoco hay trabajo, los cambios climáticos han transformado sus tierras en un árido desierto, matan el tiempo jornada a jornada reunidos todo el día en el bar bebiendo y hablando.No importa si las mujeres están enfermas, embarazadas, o lo que fuere, siempre fue así, esa es su tarea, es tradición oral, no escrita.

Entre ellas surge una líder, Leila (Leïla Bikhti), la esposa letrada y extranjera (esto no es casual) del maestro del pueblo, (esto tampoco es fortuito) Sami (Saleh Bakri). Ella es quien plantea y propone una huelga de sexo para con los maridos hasta que hagan algo para que ellas dejen de tener que ir a recoger el agua, uno de los cuatro elementos vitales para la vida, (agua, tierra, aire, fuego). Primero encuentra resistencia entre las mismas mujeres. Luego de superar el pudor temático y secándose las lagrimas resuelven un apoyo casi unánime al reclamo incondicional, cuando Fátima (Hiam Abbass), mujer respetada por todos los habitantes de la aldea, respalda fervientemente la huelga.

Sami será el primer hombre, casi el único, que apoya en esa lucha a las mujeres. Tampoco esto es aleatorio.

Guionistas y realizador utilizan el texto para dar cuenta de las deformaciones del Corán, como ocurre también en las otras religiones, por malas interpretaciones en que se basan los hombres islámicos para subyugar a la mujer y colocarlas en un segundo plano, inferiores al hombre, situación que no aparece en el texto religioso.

Trabajada desde el humor, pues de lo contrario sería casi una tragedia, con una estructura narrativa clásica muy allegada al drama, sin descartar tintes románticos, se da tiempo y lugar para, tal como sucedía en las obras griegas, los coros sean emulados por los cantos de las mujeres, quienes de esa manera se hacen oír, contando, lo que les sucede y sus deseos al respecto.

Si bien todos los personajes están construidos desde el estereotipo, la dirección les otorga candor, color, son extremadamente reconocibles, pero no por eso dejan de ser efectivos, ya que la empatia con esas mujeres es casi inmediata por parte de los espectadores, esto esta buscado y esto logra.

Todo lo bueno del filme se sustenta de maravilla por la selección de actores profesionales, que además de la muy buena actriz francesa de origen semita (Leïla Biknti) es acompañada por la también francesa Hafsia Herzi (Esmeralda) y la israelí, musa del director, Hiam Abbass.

Están en orden de lo correcto todos los rubros técnicos, la dirección de arte, la fotografía, el diseño de sonido, la muy bien dosificada presencia de la música, acompañan al texto y a los actores de forma eficiente.

Hay aires de cambio también en estos lugares, se nota,. Las mujeres luchan por lo que consideran que es lo justo. La esperanza esta puesta, en este cuento se cierne sobre sí misma. Como cantaba la Negra Sosa: “Cambia lo superficial, / Cambia también lo profundo, / Cambia el modo de pensar, /Cambia todo en este mundo...”.