La forma exacta de las islas

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Emoción y reflexión

El cine argentino, al igual que la inmensa mayoría del discurso cultural, social y político nacional, ha construido un imaginario de certezas respecto a Malvinas. No hay preguntas, no hay dudas, sólo respuestas. Y son respuestas cómodas, donde siempre la culpa es de otro, generalmente encarnado en los ingleses, con su colonialismo a cuestas, o la dictadura militar, que decidió con total impunidad mandar a toda una generación a una derrota -y una muerte- segura. No deja de haber trozos de verdad en esa perspectiva que se ha ido construyendo, pero lo que ahí se intuye es que el dolor principal es el de la derrota, el de no haber podido triunfar. Lo que queda en el fondo es algo (lamentablemente) muy argentino, que es la épica del derrotado.
Por eso es en extremo saludable que aparezca una película como La forma exacta de las islas. Y por varias razones, empezando por su premisa, centrada en Julieta Vitullo, una joven investigadora que en el 2006 viaja a las Malvinas para terminar una tesis doctoral sobre la literatura y el cine focalizados en el conflicto bélico de 1982. En las islas conoce a dos ex combatientes y ese encuentro le da un giro de 180 grados a sus planes, por lo que decide filmarlos durante una semana. Cuando retorne a las Malvinas en el 2010 ya no será la misma, ya que un suceso personal habrá afectado por completo su perspectiva.
La forma exacta de las islas es un documental donde aparecen muchas voces, unidas por esa voz principal que es la de Julieta. Cada una de ellas tiene algo interesante para decir y el film les da su espacio para expresarse. Primero a los ex combatientes, alejados de la victimización, haciéndose cargo del dolor que cargan, de las pérdidas que sufrieron, del hecho traumático de su juventud, pero también de que ese mismo dolor no les sirve como excusa sino que los pone en un lugar de responsabilidad. En ese sentido, es ejemplar el monólogo de uno de ellos cuando se refiere al Día del Veterano, que conmemora el día del desembarco, cuestionando no sólo a la sociedad que festeja o justifica un hecho terrible, sino también a sí mismo -y por ende a todos los demás ex combatientes- por asistir vestido de uniforme, naturalizando algo que en verdad no tiene sentido. Luego a los isleños, que probablemente nunca tuvieron tantos minutos para pronunciarse como en este film, que aportan una mirada desde adentro, en el que la identidad está siempre a prueba, con una reafirmación de la pertenencia que no esquiva las ambivalencias, las contradicciones, las soledades, las marcas de lo que se tuvo y ya no está. También a las Malvinas mismas, a esas islas casi desoladas, a esos paisajes que se intuyen duros, hostiles incluso, a través de largos planos que bordean lo estático, y donde los silencios tienen mucho para decir.
Pero la voz que más importa es la de Julieta. E importa más porque es mujer: en La forma exacta de las islas -con su título que remite a una herida universal y que es en verdad una paradoja, porque a lo largo de la narración lo que menos aparecen son precisiones, exactitudes- se problematiza como nunca la visión masculina sobre la guerra, descentrándola a través de la mirada femenina. A la vez, se pone explícitamente en crisis el discurso épico y sus ambiciones nacionalistas, contraponiendo una mirada personal, que es la de Julieta, con su propia tragedia, con su propio dolor, que a la vez es capaz de incorporar y abrazar otras tragedias, otros dolores. De ahí que el film consiga con una gran sensibilidad adquirir universalidad a partir de sumar relatos particulares.
Lejos de las sentencias altisonantes, de los absolutismos que cierran discusiones, La forma exacta de las islas se hace cargo de los espacios vacíos referidos a Malvinas, no sólo a la guerra, sino a cuestiones anteriores y posteriores. En eso es también universal, porque no se aferra a fechas, a sucesos puntuales, sino a vidas que están formadas y atravesadas por mucho más que estrictos acontecimientos. Uno de los colaboradores del sitio, Javier Luzi, definió a este film como “emocionalmente reflexivo o reflexivamente emocional” y eso es totalmente cierto. Estamos ante un film que es inteligente porque piensa con el corazón.