La forma del bosque

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

MITOS NO DEL TODO BIEN ENSAMBLADOS

Si gran parte del cine de terror argentino se ha empecinado en repetir lugares comunes del slasher, La forma del bosque va en otra dirección, que la coloca en un lugar diferente dentro de su contexto. La ópera prima de Gonzalo Mellid, coproducción entre Nueva Zelanda, Argentina y Uruguay, no solo busca delinear una especie de terror ecológico, sino también crear atmósferas donde la espera se dé la mano con el suspenso. Sin embargo, ese experimento, aunque interesante, no termina de funcionar del todo.

Estructurado en capítulos interrelacionados y que van construyendo sentido poco a poco, el relato se centra en dos hermanos que viven en una cabaña junto a su abuelo, prácticamente aislados del mundo exterior. Mientras pasean y juegan en el bosque, ambos cometen una serie de errores accidentales que terminan desatando la ira de un espíritu oscuro que los perseguirá de forma implacable. A partir de un acto involuntario se desata, entonces, una lucha por la supervivencia, pero también una especie de proceso de aprendizaje sobre el vínculo entre la naturaleza y el ser humano, y cómo hay reglas ancestrales -algunas más explícitas que otras- que no pueden soslayarse.

La primera mitad de La forma del bosque es por lejos la más interesante, no solo por el manejo de la información, sino también por la construcción de climas desestabilizadores. La narración se estructura desde la fragmentación, con eventos aislados entre sí pero que tienden a confluir, lo cual contribuye a la incertidumbre y la imprevisibilidad, hasta coquetear con lo angustiante. Al mismo tiempo, la puesta en escena le saca jugo a los espacios abiertos, que se convierten en un factor opresivo, lo mismo que la banda sonora, que remarca lo justo y necesario.

Sin embargo, los aciertos de los primeros minutos se disuelven rápidamente en la segunda mitad de la película, cuando el planteo queda más claro y visible. El film muestra pocas herramientas para profundizar en los conflictos que había planteado previamente, con lo que durante extensos pasajes queda atada a una estructura de persecución entre obvia y repetitiva. Hacia el final, busca salir de su propia trampa con una resolución que establece una relectura sobre lo que se había visto previamente. Sin embargo, su método es fallido, porque aplica un par de giros pretendidamente astutos y reflexivos, que igualmente no dejan de ser forzados y solemnes.

La forma del bosque quiere hilvanar mitos y tradiciones con un relato de crecimiento pautado desde la pérdida y la violencia, y despliega unas cuantas ideas atractivas para lograr esos objetivos que, a su modo, no dejan de ser muy ambiciosos. Pero no posee la energía y habilidad suficientes para llevar a cabo sus propósitos, quedándose a mitad de camino. De ahí que, aunque dure menos de una hora y media, no deje de parecer larga y estirada, mostrando una diferencia importante entre intenciones y logros.