La forma del bosque

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"La forma del bosque": terror convencional

La película está construida a imagen y semejanza de un cine de terror que, si bien tiene su origen en la industria estadounidense, ha terminado convirtiéndose en el estándar comercial del género.

Surgida de la prolífica relación que los directores y productores azuleños Luciano y Nicolás Onetti establecieron con la productora neozelandesa Black Mandala, La forma del bosque se suma a la prolífica filmografía de género del cine argentino. La opera prima de Gonzalo Mellid, que incluye elementos fantásticos, se desarrolla bajo los lineamientos estéticos y narrativos del cine de terror mainstream. En ese sentido, su propuesta está lejos de presentar particularidades que permitan vincularla con el cine argentino, ya sea por sus formas, por los elementos que conforman su historia, o por las características de sus personajes. Por el contrario, la película está construida a imagen y semejanza de un cine de terror que, si bien tiene su origen en la industria estadounidense, ha terminado convirtiéndose en el estándar comercial del género.

Por eso mismo es posible afirmar que, más allá de su eventual eficacia o deficiencia, los aportes que La forma del bosque realiza al cine de terror son nulos. No solo porque no hay en ella nada novedoso, sino porque ni siquiera ofrece una relectura de los tópicos clásicos que vaya más allá de los lugares comunes más extendidos. La película cuenta la historia de una entidad que encarna el espíritu de la naturaleza, encargado de custodiar un bosque de ubicación indeterminada, cuya acción protectora (y violenta) es liberada cuando la fuerza humana irrumpe con indolencia, agrediendo al entorno natural. A partir de eso puede decirse que existe en su relato una intención de vincular la historia contada con cierta preocupación ecológica, aunque esta en realidad apenas consigue manifestarse de un modo tosco y superficial. Dicha fuerza, sin embargo, parece guiada por una motivación arbitraria que la película tampoco justifica de forma satisfactoria. Todos esos elementos confluyen en la certeza de que La forma del bosque es un típico producto de explotación, más preocupado por replicar las convenciones genéricas que por la originalidad de su propio desarrollo.

A pesar de ello, La forma del bosque consigue poner en escena algunos momentos logrados, sobre todo desde el aspecto técnico. La utilización de drones para tomas y travellings aéreos; ciertas puestas y movimientos de cámara; e incluso la fotografía, en especial en las escenas diurnas en exteriores, dan cuenta de cierto potencial a la hora de aprovechar los recursos disponibles. La presencia de Chucho Fernández, actor emblema del cine de género argentino, aporta su particular fotogenia y potencia física, en un papel que se despega un poco de sus habituales villanos. Incluso la niña María Paz Arias Landa entrega un trabajo de cierta solvencia, a pesar de que su personaje de pocas palabras (que parece inspirado en la Eleven con la que la joven actriz Millie Bobby Brown se hizo famosa en la serie Stranger Things) la obliga a manejarse con un combo limitado de recursos.