La forma del agua

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

AMOR SIN PREJUICIOS

Guillermo del Toro y una historia de amor y monstruos.
Guillermo del Toro ya nos tiene acostumbrados a sus “cuentos de hadas para adultos”, historias fantásticas, desde lo visual y argumental que, la gran mayoría de las veces, esconden metáforas sobre la guerra, la condición humana, y en el caso de “La Forma del Agua” (The Shape of Water, 2017), temas tan simples y complejos como el amor y la soledad.

De los “tres amigos” (los otros dos vendrían a ser Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu), del Toro es el que más dejó volar su imaginación a lo largo de su filmografía, plasmando en cada proyecto esas obsesiones y experiencias que lo marcaron desde chico, ya sea su pasión por los monstruos o su férrea crianza cristiana, amalgamando simbolismos e imágenes hermosas, aunque rompan con cualquier canon de belleza.

“La Forma del Agua”, que podría darle su primer Oscar como director –además de convertirse en la Mejor Película del año-, se centra en Elisa (Sally Hawkins), una mujer retraída que sueña constantemente con el océano, ese lugar vasto e insondable donde las cosas (y los problemas) no tienen peso, donde hay silencio infinito y esa soledad que todo lo rodea. Elisa sigue una rutina desapasionada pero estricta, antes de despertar cada noche para ir a trabajar como empleada de limpieza en un laboratorio secreto del gobierno donde, obviamente, se llevan a cabo todo tipo de experimentos, experimentos que no le interesan en lo más mínimo.

A Elisa le interesa cuidar de su vecino Giles (Richard Jenkins), un artista que se dedica a la publicidad y uno de sus pocos amigos; fantasear con los clásicos de Hollywood, especialmente los musicales; y hacer su trabajo en tiempo y forma mientras escucha la cháchara de su compañera Zelda (Octavia Spencer), sólo para poder volver a su humilde hogar (una habitación destartalada arriba de una sala de cine), a su rutina y a sus sueños acuosos. Básicamente, a su mundo solitario sin palabras, ya que Elisa es muda debido a un accidente que tuvo de bebé, y a la autocomplacencia para llenar esos vacíos y deseos de la naturaleza humana.

Estamos en Baltimore, a principios de la década del sesenta, en medio de la paranoia de la Guerra Fría y la amenaza constante de los rusos y sus bombas atómicas. Todo empieza a cambiar cuando al laboratorio llega el “activo” (Doug Jones, claro, siempre poniéndole el cuerpo y el alma a los monstruitos de Guillermo), una extraña criatura anfibia procedente de América del Sur que, de inmediato, se convierte en el objeto de análisis de los científicos, con el doctor Robert Hoffstetler (Michael Stuhlbarg) a la cabeza, y de los odios del coronel Richard Strickland (Michael Shannon),patriota salvador de pura cepa y el verdadero monstruo de esta historia.

Elisa, consciente de su propia rareza y “discapacidad”, casi de inmediato se siente fascinada por esta criatura e intenta establecer algún tipo de comunicación, más allá de que los dos no puedan comunicarse por las vías más convencionales. Así, sin miedos ni prejuicios de por medio, a diferencia de todos en el laboratorio, la mujer y el activo entablan una extraña y bella relación que va creciendo solo a los ojos de algunos pocos.

A pesar delos deseos y el compañerismo de Elisa, la criatura sufre bajo los constantes ataques y experimentos. El bicho tiene los días contados ya que el gobierno necesita resultados inmediatos, antes de que pueda caer en manos de un supuesto espía ruso.

Con el tiempo en su contra, Elisa urde un plan para rescatar a la criatura y liberarla en las aguas más cercanas, pero las sospechas y la impaciencia de Strickland se a cruzar constantemente en su camino.

Lo que hace del Toro es, básicamente, invertir los papeles de clásicos como “El Monstruo de la Laguna Negra” (Creature from the Black Lagoon, 1954). Acá, la criatura no es el ser maligno que secuestra a la chica que, por consiguiente, debe ser rescatada por el muchacho musculoso y rubio, sino todo lo contrario, es Elisa quien lo rescata a él de las garras de Strickland, el hombre que no puede ver (ni sentir) más allá de sus propios ojos y raciocinio, y ve enemigos por todas partes. Claro que también es un hombre de doble moral que acomoda las reglas a su gusto y piacere. Un espécimen que rescata la peor ideología de aquella época, y puede relacionarse con lo peor de la nuestra.

El director no es nada tímido a la hora de las analogías con los tiempos que corren, pero decide creer en el amor y, sobre todo la empatía, algo que puede sonar ingenuo, pero estrictamente necesario.

“La Forma del Agua”, sin duda alguna, es su obra más madura (¿y naturalista?), concebida desde el corazón junto a la guionista Vanessa Taylor. Un cuento de hadas, sí, pero también una historia que bucea en la desesperación de la soledad, la necesidad de conexión, el miedo a lo diferente y los prejuicios que no nos logramos sacudir por completo.

Todos los elementos visuales y sonoros (también sus silencios) se conjugan para dar forma y sustancia a esta fábula que, a diferencia de “El Laberinto del Fauno” (2006), no toma tantos riesgos estéticos, y se decide por el “clasicismo” de su puesta en escena y la banda sonora de Alexandre Desplat, dos puntos fuertes que, seguramente, también serán recompensados con estatuillas doradas.

Pero vamos a lo importante. Sally Hawkins es el centro y el corazón de esta historia; todo comienza y termina con ella, una protagonista que no necesita hablar para expresar cada uno de sus sentimientos y frustraciones. Solitaria, soñadora, pero determinada y segura cuando se trata de tomar decisiones. Strickland tiene muchos puntos en común con ella, pero sus acciones están viciadas por el miedo, sobre todo al fracaso y la humillación, algo de lo que Elisa se fortalece a cada momento.

El resto del elenco funciona a la perfección, pero a diferencia de los miembros de la Academia que prefieren a Spencer y Jenkins, acá creemos que es Stuhlbarg el que se lleva los laureles de la mano de un personaje tan humano como ambiguo. Hoffstetler es el científico entre la espada y la pared, el que quiere seguir sus instintos más curiosos y entender a la criatura, pero al mismo tiempo debe obedecer órdenes, aunque estas impliquen acabar con este hermoso objeto de estudio que es mucho más que una “cosa”.

Como gran parte de la filmografía de Guillermo del Toro, “La Forma del Agua” no es para cualquiera. Es indispensable meterse de lleno en este universo que nos plantea el realizador, abrazar la fantasía y elegir, como dice él, siempre el amor por encima del odio.

LO MEJOR:

- Que a pesar de la fábula, su historia sea tan universal.

- Denle a Sally Hawkins todos los premios.

- Que el género trascienda el terreno infantil.

LO PEOR:

- Que el villano sea tan villano.

- Que nadie se tome tan en serio a la fantasía.