La forma del agua

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Sexo, soledad, minorías y zoofilia. Así se puede describir a La Forma del Agua, el último opus de Guillermo Del Toro. Lo que empezó como remake (o secuela moderna) de El Monstruo de la Laguna Negra se transformó en una fábula sobre el amor sin barreras, lástima que el sexo lo mancha todo. Es ciertamente el aspecto mas original del filme – Del Toro no se queda con el amor incondicional, asexuado, a lo El Juego de las Lagrimas, en donde lo que se enamoran son las almas de las personas (sin importar su género… o, acá, su especie), sino que va mas allá y llega a lo explícito -, pero también el mas discutible. El problema no es el intercambio sexual interespecies – como Splice – sino ponerlo en un relato que venía con altura. No deja de ser un reciclado de E.T. El Extraterrestre (bicho atrapado por el gobierno para abrirlo y estudiarlo, aliados de último momento que procuran su escape a toda costa aún cuando haya que sacrificarse en el proceso), sólo que acá ET usa el dedito para otra cosa aparte de llamar a casa.

Ciertamente La Forma del Agua se siente como si fuera una versión de El Monstruo de la Laguna Negra dirigida por Marc Caro & Jean-Pierre Jeunet (los de Delicatessen, La Ciudad de los Niños Perdidos). El ambiente deprimente y corroido, la vida oscura de los protagonista, la visión fashion de la decadencia. Elisa vive una vida opaca, hace la limpieza en una instalación secreta del gobierno, es muda y jamás nadie le ha puesto un ojo (ni un dedo). Todas las mañanas mientras cocina sus huevos se despacha con un polvillo en la bañadera (vaya imagen) y hasta allí se reduce su vida sexual. De pronto, en esta Area 51 de principios de los 60 – marcada por la Guerra Fria, la discriminación y el nacionalismo acérrimo – aparece un bichejo “que vino del Amazonas donde lo adoraban como un Dios” (tal como ocurria con GillMan en la película de Jack Arnold), el cual cae en manos del sádico de turno (Michael Shannon, en nonagésimo papel de sicópata). El tipo gusta de torturarlo, lo cual es una estupidez ya que ni siquiera es un científico. ¿Para qué, que alguien me diga? ¿Piensa que la criatura va a comenzar a hablar?. Claro, está el odio porque el bicho le arrancó dos dedos, pero dudo de que Shannon se hubiera comportado de manera diferente con la mano completa.

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La Hawkins (que será algo narigona pero despierta una ternura especial) ve todo ese horror y se compadece del bicho. Se transforma en su amigo, comparten huevos (!) y, ante la inminencia de la vivisección de GillMan decide sacarlo de allí. Lo que sigue es una alianza impensada de un grupo de minorías – científico ruso espía de buen corazón, la compañera de trabajo que es afroamericana, el vecino que es un viejo gay enclosetado por las restricciones morales de la época -, ninguno de los cuales tiene una vida sexual como la gente. El ruso, nula por su trabajo; la morena Octavia Spencer, porque su marido ya no la ama más y la ve como su sirvienta personal, razón por la cual hace años que no la toca; el vecino, porque la época es super dura para los homosexuales, mas cuando son ancianos y cortejan apuestos empleados de restaurant; y la muda, porque nadie se fija en ella y sigue su rutina de huevos toda las mañanas. En el fondo todos estos individuos frustrados terminan haciendo causa común con la Hawkins, no solo para salvar la criatura, sino para que la muda pueda vivir su historia de amor con el anfibio (a nadie le extraña que la Hawkins vaya a trabajar con baranda a pescado todas las mañanas, ni se sorprenden por el hecho de que una humana tenga relaciones con un bicho humanoide con garras y branquias). Y del otro lado del mostrador está Michael Shannon como el americano patriota promedio, un burócrata que tiene familia, hijos, un Cadillac y una vida sexual normal, aunque algo agitada y tirando a perversa. A Shannon le gusta hacer chillar a los mudos y, así como tortura a GillMan, también quiere hacer chillar a la Hawkins en un bizarro episodio de acoso sexual sesentista.

La Forma del Agua no es una mala película, yo no la denosto. Tiene grandes perfomances y situaciones inspiradas, aunque la historia de base es rutinaria. El problema es que Del Toro se mete con el tema de los tabues sexuales y, aunque lo desmitifica y embellece (es una fábula a lo Bella y Bestia), termina dejándonos un resabio bizarro en la boca. Es posible que si La Forma del Agua no tuviera a la Hawkins haciendo el amor bajo el agua con GillMan hubiera pasado como una película buena mas, platónica pero no memorable, pero acá Del Toro insiste con llevar todo al paso siguiente, y yo no sé si el sexo tiene cabida en esta historia. Porque acá se trata de una historia de amor y compasión entre dos personajes únicos y solitarios y, al mostrarlos en situaciones sexuales, termina por salpicar con morbo una romance de fabula.