La fiesta silenciosa

Crítica de Bruno Calabrese - Cine Argentino Hoy

“La Fiesta Silenciosa” de Diego Freid. Crítica.
Venganza ruidosa en medio del silencio.

Presentada el año pasado en el Festival de Mar del Plata, se estrena en Cine Ar TV y en Cine.Ar Play la película del director de “Vino”, codirigida por Federico Finkielstain y protagonizada por Jazmín Stuart, Gerardo Romano, Esteban Bigliardi y Gastón Cocchiarale. Por Bruno Calabrese.

Múltiples películas han abordado la temática de la agresión sexual en el cine. Algunas de manera explícita como “Irreversible” de Gaspar Noé o “Perros de Paja” de Sam Peckinpah, enfocándose en la venganza desde el lado masculino hacia los violadores de sus parejas. Otras en el cambio de paradigma de transformar a la víctima en victimario, con el discurso “ella los provocó” como en “Acusados” de Jonathan Kaplan, donde “la manada” somete en una impactante violación a una joven Jodie Foster en un bar. Como una especie de grito de guerra ante la injusticia de transformar a la víctima de la violación en culpable de esa agresión sexual, surge el subgénero de violación y venganza Dicho furor emasculador femenino nos legó films como la hiperviolenta y gore “I Split on Your Grave” del año 1978, que tuvo su reversión en el 2010, y más cerca en el tiempo “Revenge” de Coratie Fargeat. El cine argentino también tuvo grandes exponentes dentro del género con “La Búsqueda” de Juan Carlos Desanzo y “La Patota” (en sus dos versiones de 1960 dirigida por Daniel Tinayre y la de 2015 dirigida por Santiago Mitre).

En “La Fiesta Silenciosa” Diego Fried profundiza en la temática explorando en el universo masculino que se constituye alrededor de la víctima. Laura (Jazmín Stuart), llega junto a su pareja, Daniel, (Esteban Bigliardi) a la casona de campo del padre de ella. Es el día antes de su fiesta de casamiento, y se encuentran ultimando los detalles para los preparativos de la celebración. León, su padre (Gerardo Romano) es quien lleva la batuta. De personalidad avasallante y una verborragia insoportable asume un control que nadie le dio pero que ella lo permite porque “el es así”. La frase “todo para mi princesa” se repite una y otra vez de la boca del progenitor.

Daniel parece ser una especie de alter-ego de Leon, un hombre sumiso, que se ve sobrepasado por la actitud de su suegro. El futuro esposo verá en disputa su masculinidad, algo que intentará compensar desde el plano económico, al intentar asumir el costo de la fiesta pero ella no lo dejará. Un padre que se pone a practicar tiro al blanco con una pistola automática en el momento que ellos tratan de tener sexo en su habitación, la planificación de un viaje a Traslasierra entre León, su hija y su futuro nieto, dejándolo a Daniel de lado, son un reflejo de la actitud posesiva hacia su hija. Ese contexto de lucha de machismos, sumado a los nervios propios de contraer matrimonio hacen que ella se vea necesitada de un poco de aire.

Comenzará a caminar sola por el campo hasta llegar a la quinta vecina, donde un grupo de jóvenes realizan una fiesta silenciosa con auriculares, a la que decide sumarse. Ella está al margen de todo, hasta que aparecen dos jóvenes que se ponen a bailar con ella. Ese inocente baile derivará en un juego de seducción con Gabo (Lautaro Bettoni) mientras el otro, Maxi (Gastón Cocchiarale), es testigo privilegiado. Acto seguido la vemos salir de la fiesta en estado de shock, como una muestra de que ha sido víctima de una violación o de alguna situación de abuso. A partir de ahí nos meteremos en una sangrienta historia donde todos los participantes de la fiesta se verán involucrados en una violenta persecución en busca de venganza de Laura, su padre y su futuro esposo.

El film resuena como un muestrario de violencia machista, muchas veces naturalizada, como esas actitudes paternas y de su pareja, en la disputa por ella como un objeto de deseo. Una dinámica que se seguirá reproduciendo de manera sistemática en la fiesta silenciosa, con la actitud de los jóvenes hacia ella cuando la ven bailando en soledad. La reproducción entre el grupo de amigos de un video de Laura teniendo sexo con Gabo, el reproche de este ante el reclamo de la difusión del mismo y la respuesta de Maxi, un joven de contextura obesa, por el “supuesto egoísmo” porque todas las mujeres acceden a tener sexo con él, como si fuese un trofeo cosificado al que todos deberían poder acceder. Con pequeños fragmentos y diálogos, el director logra reflejar todos los estereotipos de violencia hacia la mujer que se reproducen en diversos ámbitos, esta vez con la excusa de una doble fiesta (la del casamiento y la silenciosa).

Gerardo Romano como el padre, funciona perfecto como una especie de Rey Tritón en “La Sirenita” , al igual que Esteban Gagliardi como el futuro esposo sumiso y todo el elenco joven que construye el espectro masculino que rodea a la mujer. Pero es la actuación de Jazmín Stuart la que refuerza el concepto del film, dándole la dualidad necesaria para interpretar las dos caras de Laura. La actriz compone con solvencia a una mujer resignada en un principio, que no lucha para cambiar esa realidad a la que se encuentra acostumbrada y se vuelve feroz cuando sale busca tomar justicia por mano propia.

“La Fiesta Silenciosa” es una experiencia catártica sobre una víctima que descarga su ira sobre aquellos hombres que la han transformado en un objeto sexual. Aunque su discurso no es de odio ni de tomar venganza por mano propia sino de defenderse tomando las propias armas del silencioso opresor, la película se transforma en denuncia cuando refleja la violencia masculina, simbólica y explícita, hacia la mujer y se vuelve salvaje cuando se enfoca en la venganza de Laura hacia sus violadores.

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Una catártica historia de una víctima que descarga su ira sobre aquellos hombres que la han transformado en un objeto sexual.