La favorita

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

God Save The Greek.

-El amor tiene límites.

-Pues no debería tenerlos.

Bajo esa premisa, el film sumerge al espectador en las turbulencias de la realeza británica de principios del siglo XVIII y, al igual que a su concepto del amor, La favorita pasa a tirar abajo los límites establecidos de las historias de época. Yorgos Lanthimos siempre ha perturbado y retorcido la realidad con historias sumamente provocativas y muchas veces difíciles de digerir pero que, por sobre todo, estimulan al espectador a una incomodidad y placer audiovisual como pocos. El director griego, cada vez más notorio en el panorama cinematográfico, es uno de los cineastas más prolíficos de los últimos tiempos. Con La favorita, su último film y el que posee mayor cantidad de nominaciones a los premios de la academia junto con Roma de Alfonso Cuarón, el realizador entrega su trabajo más accesible para el público general. Sin embargo, la particular locura que describe a sus obras también se hace presente aquí en la forma de una sátira de problemáticas palaciegas.

Desarrollada a través de un triángulo protagónico que encierra dentro de sí conflictos de poder, las tres mujeres principales del film son la energía latente y frenética que habita y recorre los indescriptibles espacios dentro del palacio de la Reina Anne (Olivia Colman). La llegada de Abigail (Emma Stone) funciona como un elemento para mostrar a una mujer caída en desgracia. Alguien vulnerable que, a través del desarrollo narrativo, pierde toda humanidad en sus ansias de volver al estatus dentro de la nobleza a la que alguna vez perteneció. Sin importar a quien tenga que pisotear para conseguirlo, sea a su prima Lady Sarah (Rachel Weisz), amiga cercana de la Reina y quien mayormente gobierna en su lugar, o para pisotear a un indefenso conejo —literalmente. Siguiendo la lógica de su director, todos los actos de manipulación y poder no son más que la mayor expresión de humanidad, ya que esos son los aspectos del amor que prevalecen en el film.

El amor es caprichoso, el amor es manipulación, el amor es conveniencia. Estas ideas son aplicadas dentro del contexto del reino inglés en conflicto con Francia, y con ello el director ridiculiza a la monarquía a través de cómo sus infantiles tomas de decisiones tienen como resultado las muertes y la pobreza de dos naciones en guerra. La disputa bélica se presenta enteramente fuera de campo. De esta manera, solo logramos percibirla a través de los gobernantes, quienes optan por continuar en conflicto como es el caso de Lady Sarah, o quienes desean llegar a un acuerdo de paz como Harley (Nicholas Hoult), uno de los respetados miembros del Parlamento. En medio de las diferencias políticas, la grandeza con la que los distintos pasillos y rincones del palacio son captados por el ojo de la cámara resalta la majestuosidad con el fin de ridiculizar aún más las infantiles y excéntricas acciones de la reina y de las dos primas que luchan por ganarse su favoritismo. Lo que siempre se ha representado como elementos de las clases más poderosas, bailes, competencias o banquetes, aquí se ve ridiculizado en todo momento no de forma caricaturesca sino exponiéndolo como un sin sentido de la vanidad de la realeza.

La elección del filmar haciendo uso de grandes angulares permite que cada encuadre, cada toma escogida, se presente como un trabajo del movimiento artístico del rococó, lo cual embriaga la escena y adorna la historia de manera expresiva con la forma en que la cámara se desenvuelve. Las imágenes se presentan con la fuerza pictórica que las hace pasar a ser una más entre los numerosos y bellos tapices que se hallan en las instalaciones del palacio. Pero al contrario de la solemnidad y el tono soberbio con que los films de este tipo son llevados a cabo, aquí aparece como disrupción la constante sátira con que son descritos los personajes. Las tres grandes actrices se desenvuelven en sus roles demostrando su talento sin temor al ridículo. Esto le brinda un ritmo más dinámico y moderno que al que se acostumbra, haciendo que el registro cuasi infantil se acople perfectamente al entorno real tan serio y refinado que rodea a los personajes.

La Reina Anne vive en una constante y caprichosa depresión, solo aplacada cuando goza del trato de Lady Sarah y más tarde Abigail, quienes la malcrían satisfaciéndola en todo momento —interactuando con sus conejos, bailando, jugando a las cartas, dándole cumplidos y placeres de todo tipo. Las dos bellas mujeres cumplen un rol meramente servicial y sexual para con la Reina, malinterpretado por ella como amistad o amor, algo que en realidad no es más que lo que deben hacer para lograr todo lo que se proponen en su propia guerra de poder. Esto es algo que ha ocurrido cantidad de veces y que, al igual que en este film, no hace más que perpetuarse de manera infinita a lo largo de la historia de los poderosos; en este caso, de mujeres que muchas veces resultan inocentes e infantiles a la hora de jugar con unos conejos, pero que como todo niño, son peligrosas y letales con un arma en sus manos.

El director, con la disposición de la cámara, la elección de los encuadres y el expresivo cruce de miradas de sus actrices, juega y transmite a la vez la ironía manejada entre Lady Sarah y Abigail, llevando a escalas inmensas la distancia entre ellas y el conflicto que las une. Lo hace en todo momento gracias a los grandes angulares que dejan echar un vistazo a todo el espacio que transitan y que, incluso en aquellos momentos donde se encuentran muy cerca una de otra, posicione la cámara de manera tal que nos continúe hablando de la cruenta batalla irónica que manejan estas mujeres. La falta de moral y escrúpulos las vuelve a ellas más poderosas que a la propia Reina, aunque esta carrera sedienta de poder no tiene nada de honorífico o real. La verdadera grandeza puede hallarse en la forma en que Lanthimos narra las peores bajezas humanas con un humor tan particular como la manera en que traduce sus ideas en imágenes. Su locura es bienvenida y, al igual que el amor, no posee límites.