La favorita

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Desde sus inicios en el cine griego con audaces películas concebidas esencialmente para festivales hasta su desembarco en la producción mainstream ya con el aporte de grandes intérpretes y diálogos en inglés, Yorgos Lanthimos fue mutando hacia una narración más tradicional, pero sin perder sus marcas de estilo, su búsqueda vanguardista, su experimentación formal y su capacidad de provocación.

En ese sentido, La favorita es su película consagratoria. No solo por la enorme cantidad de reconocimientos (desde el Gran Premio del Jurado en Venecia hasta diez nominaciones a los Oscar), sino porque -trabajando a partir de un guion ajeno- construyó la historia más contundente y fascinante de una filmografía que incluye títulos como Colmillos, Alps, Langosta y El sacrificio del ciervo sagrado.

La favorita, ambientada a principios del siglo XVIII en una corte inglesa convulsionada por la larga guerra contra Francia, incursiona en principio en el subgénero de intrigas y enredos palaciegos, pero -más allá de que prácticamente no sale de sus salones, pasillos, alcobas y jardines- deriva luego hacia la lucha por el poder entre tres personajes femeninos en un mundo generalmente dominado por los hombres. Un péndulo que va de un universo cercano al de Pierre Choderlos de Laclos al de Jane Austen, de las altas esferas de la política y las estrategias bélicas al erotismo, de la formalidad de las actividades públicas de la monarquía a la degradación y la creciente locura de la última de los Estuardo.

La reina en cuestión es Anne (una extraordinaria Olivia Colman), que en su decadencia física y emocional (ha visto morir a sus 17 hijos y parece obsesionada por los conejos) ha cedido buena parte de las decisiones a su amiga y confidente lady Sarah, duquesa de Marlborough (Rachel Weisz). Mientras los soldados están en el frente y los políticos se acercan al palacio para pedir apoyo en cuestiones como subir o bajar los impuestos, el corazón de la película pasa para las mujeres. La llegada a la corte de un tercer personaje femenino, la Abigail de Emma Stone, no hace más que profundizar las contradicciones, matices y conflictos de la trama. Prima de Sarah, Abigail ha caído en desgracia por la adicción al juego de su padre y se ha convertido en sirvienta, pero mantiene su ambición y su habilidad para la manipulación, por lo que no tardará en escalar posiciones dentro del palacio hasta llegar a la intimidad de la mismísima reina.

Lanthimos describe estos juegos de seducción, estas luchas internas por el poder, con elegancia (apelando incluso a imágenes deformadas con un objetivo gran angular), una mirada despiadada y un humor negro que linda con el cinismo y el absurdo. El resultado es una película exigente y arriesgada por un lado, pero al mismo tiempo tan lúdica como fluida que se aleja -por suerte- de los lugares comunes del cine de qualité.