La familia Bélier

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El poder único de la música en un hogar lleno de silencio

Amable, liviana a más no poder, familiar, justo para la Navidad, en esta comedia francesa nada estorba y nada encanta. Todo es simpático y previsible, pero, más allá de sus clises y de su anunciada moraleja superadora, se deja ver. Estamos en un pueblito del Loire, en la casa de una familia de granjeros, pero una familia muy especial: el padre, la madre y el hermanito menor son sordomudos, pero Paula, la hermana adolescente, no. Y ella acabará siendo una magnifica cantante. Es como la venganza de esa casa en permanente silencio. Paula es una presencia clave en ese hogar. El film juega con la paradoja: la hija canta pero no puede ser oída por sus seres queridos; y el padre sordo, harto del palabrerío de los políticos, quiere ser candidato a alcalde (Una subtrama argumental que quedará curiosamente en el olvido). Paula es la que traduce y pasa en limpio las relaciones hogareñas, la que maneja el negocio de la granja, la que pelea con bancos y proveedores. Cuando el profesor de música del Liceo descubre que tiene un don singular para el canto y le aconseja ir a concursar a París, serán sus padres los que tratarán de disuadirla.

El filme juega con la paradoja: la hija canta pero no puede ser oída por sus seres queridos; y el padre sordo, harto del palabrerío de los políticos, quiere ser candidato a alcalde.

¿Qué hacer sin ella? Es que en ese hogar silencioso la voz de Paula es la voz de todos. Pero, cuando ya ella había desistido de su viaje a Paris, la fiesta de fin de año en el Liceo les enseñará a los padres el verdadero valor artístico de su hija y el poder encantador de la música. En la mejor escena del film, sin audio, el espectador percibe lo que esos padres solo ven y presienten: los ojos emocionados de los oyentes, rendidos ante el canto de Paula. Y allí se darán cuenta que el destino de su hija no puede estar ligado al de ellos y que, como dice la hermosa canción de Michel Sardou que ella canta (y les canta), llegó la hora de partir pero no de abandonarlos, sino de empezar a buscar su camino.

Película candorosa, con personajes ingenuos, con una subrayada inocencia pueblerina y con gente bonachona, sencilla, sin matices (salvo el profesor, el único personaje en serio). Pero nada desentona y si uno deja a un lado las exigencias, hasta se puede disfrutar: hay gente buena, música encantadora, viajes en bicicleta por la pradera, un romance escolar, sentimientos nobles y una historia que pivotea sobre la discapacidad de esa familia para enviar un mensaje de amor y superación.