La extranjera

Crítica de Leonardo M. D’Espósito - Crítica Digital

Optimismo a reglamento

En 1997, las dos películas argentinas que competían en Mar del Plata eran Plaza de Almas y Pizza, birra, faso. Ganó la primera, de Fernando Díaz; tenía como núcleo el amor entre un artista callejero (de esos que hacen pintura con aerosoles) y una actriz. Era, también, un film moralista y manipulador, mucho menos “filmado” que escrito. Pasaron 12 años y La extranjera, nuevo largo de Díaz, es una mejora apreciable respecto de Plaza..., aunque no del todo un film satisfactorio. La historia gira alrededor de una mujer (María Laura Cali) que se traslada de España –donde vive– a un pueblito puntano para cerrar definitivamente una propiedad derruida. Pero, náufraga de dos continentes, decide quedarse y reconstruir el lugar. Tiene enemigos, que la tratan como alguien de afuera (el almacenero de pueblo interpretado por Roly Serrano); tiene quizás un amor (Arnaldo André, cada vez más cómodo como actor cinematográfico). Cuando el film se concentra en las pequeñas reacciones de la protagonista y permite que un plano tenga la duración justa, funciona bien. Pero hay problemas: la construcción del villano de la película es demasiado estereotipada; las acciones terminan siendo previsibles; hay un regodeo enorme en paisajes y lentitudes. No estaría mal si no fuera porque Díaz tiene, sobre todo, un guión que quiere cumplir más que seguir, una estructura donde lo importante no es cómo juegan en él los personajes sino llevarlos de un lugar al otro. Así, cuando las cosas comienzan a enderezarse para la protagonista, hay un accidente que, aunque “avisado” al principio del film, resulta sorprendente y falso, obligado por el apuro de que la película se resuelva rápidamente. De allí en adelante, el trabajo de crear relaciones creíbles entre los personajes de evapora en una resolución efectista más que efectiva, de apuro, que, además, incurre en el pecado de crearles a algunos personajes virtudes que en realidad no tienen, una fe en la simpleza del campo. Díaz muestra aquí amor por las imágenes, pero no tanto por el cine, eso que trasciende el plano, el guión y el actor, y les da sentido.