La extorsión

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"La extorsión", entre el suspenso y la comedia.

A principio de febrero, la compañía estadounidense Remitly publicó un estudio sobre las profesiones más deseadas basándose en el volumen de búsquedas en Google en más de 200 países. A la cabeza de las preferencias, con casi un millón de búsquedas, estaba el trabajo de piloto, por delante de escritor (más de 800 mil) y muy lejos de bailarín, Youtuber y emprendedor, que con entre 180 mil y 280 mil completaron el Top cinco. Pero hasta el oficio más deseado del mundo puede ser una pesadilla, como bien lo averiguará el protagonista de este efectivo thriller llamado La extorsión.

Alejandro tiene, además de la profesión soñada por millones, una hermosa azafata como esposa (Andrea Frigerio) y una de esas casas en las que podría vivir una comitiva. Su vida marcha viento en popa, entre viajes recurrentes a Europa y el respeto unánime de sus compañeros, mientras en el horizonte asoma un retiro cada vez más inminente. Pero todo cambia cuando lo contacten desde la rama de los servicios de inteligencia que opera en el aeropuerto internacional para recibir una oferta que, como diría Vito Corleone, no puede rechazar. Querría, en tanto su misión es trasladar unas misteriosas valijas de mano hasta Madrid con una etiqueta de carnes y con contenido para él desconocido y muy probablemente de dudosa legalidad. Pero, se dijo, no puede: de hacerlo, le advierte el mandamás del grupo (un Pablo Rago con bigotito digno de persona turbia), le llegará a su esposa un sobre con varias fotos de Alejandro dándole unos besos apasionados a una señorita en un auto.

La metodología es muy sencilla: va con su “equipaje” al baño del aeropuerto, allí lo espera un contacto que se lleva la carga y le devuelve una valija igual pero vacía, y listo, a disfrutar de las bondades de la capital española. Apretado entre la espada y la pared, el piloto se convierte así en una mula deluxe al servicio de los servicios, valga la cacofonía. A medida que acumule viajes sobre el Atlántico, Alejandro mutará el nerviosismo inicial por una tensa calma que, a diferencia del personaje de Clint Eastwood en La mula, nunca incluye el disfrute, la moderada sensación punk de estar aprovechando las rajaduras del sistema: si nadie pensaría de un nonagenario como transportista de drogas, difícilmente alguien ponga el foco en un piloto veterano con la jubilación a la vuelta de la esquina, sobre todo si es cierto eso de que en las postas de control “está todo arreglado”.

Pero piensan en él por la sencilla razón de que no es el único abocado a esa tarea, como le advierte el jefe de la policía aeroportuaria (Carlos Portaluppi) a ese hombre con el rostro de Guillermo Francella. Si bien aquí se aleja de la comedia, cada tanto dibuja sus inevitables mohines, dándole al segundo largometraje en la silla plegable de Martino Zaidelis después Re loca (2018) un tono que pendula entre el suspenso y la comedia. Imposible saber si fue búsqueda o la consecuencia de tener a un actor indisociable del humor popular, pero es una mezcla que le sienta bien a este film que no será muy inteligente, pero sí ingenioso para enhebrar las primeras situaciones que cerrarán el cerco sobre Alejandro.

Pero hay una relación directamente proporcional entre esa cerrazón y un reencauce narrativo que lleva a la película de la aventura (uni)personal de un hombre ordinario sometido a situaciones extraordinarias hacia rumbos un tanto más ilógicos y con poca relación con el recorrido previo. Es entonces cuando irrumpe la violencia, al tiempo que los tentáculos más corruptos de los servicios de inteligencia se demuestran falibles de caer en la primera trampa. Esto último entraña la gran paradoja de La extorsión: su inverosimilitud es, en un país como la Argentina, perfectamente verosímil.