La espuma de los días

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Excesos de la parodia

Menos es más. En su ley, el director Michel Gondry no acepta jamás esa máxima que aquí sentaría muy bien a la historia.

Una historia de amor, un canto al surrealismo, un cuadro de época que enfrenta al mundo del pensamiento esnob con el existencialismo más racional. Todo eso es La espuma de los días, la película en la que el francés Michel Gondry (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) adaptó el libro homónimo de Boris Vian. Es todo eso y más, y allí reside el problema, en los excesos de trucos visuales, de vericuetos narrativos, de simbolismos melosos en los que recae una historia demasiado impregnada de recursos varios, regados en más de dos horas de película.

El joven, acaudalado y sumamente libertino Colin (Romain Duris), quien podría ser una versión surrealista del inventor Erdosain creado por Arlt, goza de sus relaciones insólitas y escribe e inscribe un rumbo anodino para sus propios días hasta que en su vida aparece Chloë (Audrey Tautou), un amor ideal con nombre de blues creado por Duke Ellington. La pareja, y sus amigos, que incluye a las parejas de Nicolas y Chick, hacen de las suyas sin grandes preocupaciones hasta que Chloë enferma. Una flor crece en sus pulmones y mientras tanto marchita la desapegada vida burguesa de Colin.

Afuera de ese mundo interno hay otro que a Vian, y así lo interpreta Gondry, se le aparece todavía más absurdo. Así, la película se convierte en una sátira dentro de otra. Colin debe pagar el tratamiento de su mujer y hace lo que nunca, trabajar. Su vida se consume entonces junto a la enfermedad de Chloë (Tautou funciona como un cable a tierra para la película), y al mismo tiempo Chick, un ferviente seguidor de Jean-Sol Partre, representante del racionalismo, el fin social de la literatura, la explicación marxista del mundo, se deja llevar por un fanatismo que ocupa varias secuencias-metáforas de la película para mostrar los mundos opuestos Sartre y Vian (fueron amigos) existencialismo y surrealismo, que finalmente no conducen a nada.

Si la novela de Vian ya era compleja, con los tiempos de análisis y relectura que permite la literatura, la adaptación de Gondry no ahorra enredos, y los trucos metafóricos que al principio seducen por su ocurrencia y por sus segundas lecturas, se vuelven tediosos al rato, empañando esa atmósfera de claustrofobia que apenas asoma tras la espuma del filme.