La esposa prometida

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Por detrás del velo

Una mirada íntima, y recortada, acerca de la comunidad judía ultraortodoxa y los matrimonios arreglados.

¿Habrá que creerle a la directora Rama Burshtein cuando dice que su opera prima se basó en una “bonita joven de la cual se enteró que estaba prometida, desde hace un mes, con el marido de su difunta hermana”? ¿O retrotraerse a la célebre novela romántica Orgullo y prejuicio de Jane Austen? Si lo vivió en carne propia o lo leyó, La esposa prometida busca correr el velo de la congregación jasidista de Tel Aviv, pero con un tono sesgado: el filme no hace alusión al verticalismo patriarcal del judaísmo ultraortodoxo, la sumisión femenina, la difícil aceptación del que no pertenece al clan familiar, etc.

El motivo de esta visión parcial es por la condición ortodoxa de su realizadora quien, sin embargo, logró meter la cámara en la intimidad de un mundo ajeno -para muchos- que desnuda celebraciones como el Purim (con el vino y la donación pertinente), bailes típicos y hasta habrá una visión cenital en la antesala a una circunsición.

Cada uno de los rituales estará enmarcado por el tejido familiar, la “negociación” para que las mujeres no queden sin su compañero de vida. Una de ellas es Shira (brillante actuación de Hadas Yaron), quien luego de la muerte de su hermana Esther es presionada por su madre para brindarle su mano a su cuñado, el viudo Yochay (Yiftach Klein). “¿Cómo ayudar a un hombre derrotado?”, pregunta el Rabino Aaron acerca del doblegado ser, aunque en este filme gracias a una puesta de cámara que parece caer sobre los hombros de Shira (con excesivos primeros planos), parece que la atormentada es ella. Sufre, se encorva y cierra los ojos de cara a un destino casi sellado.

Sonidos tenues, una cámara discreta (donde la imagen por momentos es difusa) y los logrados encuentros a solas entre Shira y Yochay, redondean un filme recortado, pero potente. Que abre las heridas de una tradición.