La esposa prometida

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Retrato de la culpa

En el supermercado, Kriva le señala a su hija un buen candidato, un muchacho algo desgarbado llamado Pinchas Miller. A Shira (Irit Sheleg) le gusta el candidato, pero antes de que tenga tiempo a decidirse, durante la ceremonia de Purim, donde un líder de la comunidad jasídica hace ofrendas a los feligreses, los Mendelman viven una tragedia. Esther, la hija mayor, muere antes de dar a luz a Mordechay; la familia no puede siquiera hacer el duelo: el padre, Yochay (Hadas Yaron), piensa llevarse al niño y casarse con una mujer judía en Bélgica. Ante ese panorama, Kriva, antes de perder al nieto, le ofrece a Yochay a su hija. Y en ese torbellino de emociones y pactos Shira pierde su conciencia, su identidad, algo que circula en una docena de planos indelebles del rostro de Sheleg, como un vía crucis jasídico. La esposa prometida es el primer film de distribución internacional realizado por una religiosa judía, Rama Burshtein, pero su valor desborda la estadística, así como la naturalidad (más bien, la familiaridad) con que las cámaras rodean a esa comunidad religiosa de Tel Aviv. Más que la rigurosidad del testimonio, esta cinta israelí impacta por la descripción minuciosa del miedo y la culpa, magníficamente retratados por Sheleg con la dirección artística de Uri Aminov. Una destacada ópera prima.