La escuela contra el margen

Crítica de Pablo Flaherty - Cinéfilo Serial

Iniciado el documental nos detallan, en un mapa de la la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que el norte y el sur están divididos por la Avenida Rivadavia, y que, aparte de ser dos polos geográficos opuestos, también representan una división económico-social entre los que más tienen, los del norte, y los que menos tienen, los del sur. Este segmento, que auspicia de prólogo, nos informa que en el barrio de Lugano, una de las zonas más pobres de la ciudad, se filmó a un curso de cuarto año, de la secundaria “Manuel Mujica Láinez”, mientras realizaban un taller sobre cómo ellos ven a su barrio.

Es manifiesta la intención de poner en jaque al infame y discriminador inconsciente colectivo, que nos hace mirar de reojo a aquel que vista ropa deportiva y use jerga diferente a la de uno. Peor, y lastimoso, es que haya quienes lo practiquen de forma consciente. Sin embargo, en “La escuela contra el margen” poco importa lo que piensen los de afuera, acá los protagonistas son los chicos que frente a la lente se exponen y nos enseñan su cotidianeidad.

Uno de los momentos más reveladores es la lectura en clase de un texto de “La garganta Poderosa”, una conocida revista de cultura villera, que se manifiesta en contra la cosificación de la pobreza, el resolver la inseguridad con el despliegue de más fuerzas policiales, y sentencia con aplomo “que nos chupen bien la chota”, si para estar mejor tienen que ser obsecuentes con los que están en el poder. Cuando la profesora pregunta sobre el texto, los chicos remarcan el insulto. En ese momento se genera un debate entre dos compañeras, una dice que le parece chocante leerlo y que es una grosería, la otra retruca dándole a entender que es algo intencional, un comentario adrede, para nada vergonzoso, que manifiesta su idiosincrasia.

Los directores logran un trabajo cuya destreza y sensibilidad permite que las actitudes y comentarios de los alumnos, que se gestan dentro de las paredes de la escuela, nos transporten a la calles de su barrio. Así se nos obliga subrepticiamente a quitarnos el velo para conocerlos a ellos y a nosotros mismos.