La educación del Rey

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Una puerta de salida también puede ser la entrada al mismísimo infierno. Quizá Reynaldo no lo sabía, pero se metió en el barro sin saber que la mugre era mucho más peligrosa. "La educación del Rey" utiliza la abreviatura del nombre del personaje para colocarlo en el lugar de un rey sin corona, un pibe de 17 años que ve la posibilidad de salvarse participando de un robo y se mezcla con un submundo del hampa con complicidades policiales y del poder. Filmada en Mendoza, la ópera prima de Santiago Esteves hace foco en la cotidianidad de un pueblo del interior, desde la lógica conocida de "pueblo chico, infierno grande", pero sin caer en subrayados innecesarios. El motor emocional de la película se sostiene en Carlos, con un Germán De Silva sin fisuras, quien conocerá a Reynaldo (Matías Encinas) en plena huida de la policía y luego de que el joven rompa el vivero de su casa tras caerse de la terraza. Primero el vínculo será de patrón-esclavo, ya que lo obligará a rehacer ese vivero si quiere volver a su casa, y después asumirá un rol paternal, tanto que hasta su mujer lo tratará como un hijo más. Todo se complica cuando viene mal concebido y es aquí donde el director le da un tono de thriller y western a la historia, en la que a veces acierta y otras no tanto. Por lo pronto, el filme invita a ver cómo un desconocido puede transmitir valores y afectos a un adolescente con carencias y generar una conexión mucho más fuerte que un lazo familiar.