La educación del Rey

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Estoy verde

La educación del Rey es un policial con aires de western en el que la trama nunca pierde potencia y cuyas influencias van de Campusano a Desanzo.

Reynaldo (el debutante Matías Encinas) es un adolescente tímido que, luego de ser echado de su casa por su padre, pide alojamiento en el lugar que su hermano Josué (Martín Arrojo) comparte con su socio El Momia (Mario Jara). El Momia dice que si los ayuda a hacer “un trabajito”, se puede quedar. Josué dice que “está re verde”, pero El Momia dice que el asunto “está cocinado, tiene que entrar y salir”. El “trabajito” es robar 40 mil pesos de una escribanía. Por supuesto, el robo sale mal. Josué y El Momia son capturados por la policía, mientras que Reynaldo logra huir por los techos con el botín. Esconde la caja entre unos ladrillos, pero se tropieza y cae en el jardín vecino de una casa donde está cenando una familia.

Así empieza La educación del Rey, que se las arregla para contar todo esto en la primera secuencia, durante los títulos. Es que esta sólida ópera prima de Santiago Estéves tiene como virtud más sobresaliente un apego a la trama que no siempre se ve en películas de esta clase. Es cierto que, como sugiere el juego de palabras del título, el alma de la película es la relación que traba Rey con el dueño de esa casa en la que cae accidentalmente. Pero, al contrario de lo que uno puede esperar, la trama policial no pierde protagonismo en ningún momento y es el corazón, que bombea la sangre.

El dueño de esa casa es Carlos Vargas (Germán de Silva) un tipo bonachón pero recio, que en lugar de denunciarlo a la policía, le exige que arregle el vivero que rompió en su caída y más adelante lo adopta como a un hijo: le enseña a disparar y algunos códigos de la calle. Es que Vargas en su pasado fue guardia de camiones de caudales y, como en todo el universo de la película (que quizás sea nuestro mismo universo), los que están a uno u otro lado de la ley suelen entremezclarse de acuerdo al momento.

Lo que acerca a esta película más a series del estilo de Un gallo para Esculapio o El marginal (de hecho, la película fue antes una miniserie de ocho capítulos de media hora) o incluso, por qué no, a algunos policiales de Juan Carlos Desanzo de los 80 o a las películas de José Celestino Campusano, es que la trama policial nunca pierde importancia a expensas del drama social. Josué y El Momia son liberados pero solo para ser llevados ante el comisario Ábalos (Marcelo Lacerna) y El “Gato” Ibáñez (un temible Jorge Prado, de los mejores villanos que ha dado el cine argentino en mucho tiempo), quienes les habían encargado el “trabajito” en un primer lugar y ahora están muy enojados por el fracaso y, sobre todo, quieren encontrar el dinero.

Estéves es mendocino y la película está filmada en esa provincia: los paisajes áridos y montañosos, esa especie de cabaña en donde practican tiro contra unas latitas, los duelos de pistolas y la relación padre-hijo entre un “pistolero” que está de vuelta y un joven demasiado impetuoso, la acercan por momentos al western, pero como si el western fuera una consecuencia natural de la historia que Estéves está contando y no la regla que se autoimpuso.

La educación del Rey cayó en el medio de este superagosto del cine argentino, después de los estrenos de El amor menos pensado, El ángel y Mi obra maestra, y antes de La quietud. Ojalá que no pase desapercibida.