La despedida

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Si no fuese por el humor que la atraviesa desafiando su costado cercano a la pasión (y, por lo tanto, a la seriedad propia de esta), La despedida sería apenas una película sobre fútbol y para sus amantes. Y si es que, por otro lado, la fuerza de sus personajes y diálogos no alcanzaran a constituir la credibilidad que logran, tan solo quedarían allí los rastros del esfuerzo esteticista que continuamente amaga con anularla. Así, la clave de la película de Juan Manuel D’Emilio es el jugueteo con elementos diversos que no siempre consiguen fundirse correctamente, pero en cuyas mejores combinaciones surge la esencia de un relato nostálgico, afectivo e inocente que supera sus propios errores.

José (Carlos Issa) es un jugador de fútbol que, al descubrir que está enfermo, decide viajar con sus amigos y su novia a Mar de Ajó, para entonces jugar allí su último partido. En una de las escenas más logradas, los cuatro personajes están sentados al sol, cada uno en su reposera y hablando simultáneamente sobre fútbol y Los puentes de Madison. Sus diálogos se superponen mientras la cámara enmarca continuamente planos medios y generales, recortando la acción aunque no la naturalidad y la fluidez, que jamás se ven irrumpidas. En otra escena, y luego de que almorzaran juntos en una cantina, los personajes deciden irse sin pagar. Mientras planean la huida, un foco selectivo destaca sólo a dos de ellos. Luego, al escaparse, una cámara lenta registra cómo uno de los personajes consigue huir justo antes de que el cantinero los alcance. Nuevamente, la técnica juega un papel activo y protagónico, pero también lo suficientemente discreto como para sostener y acompañar la mezcla de espontaneidad, humor, y buenos diálogos e interpretaciones construidos en la escena.

Aunque habrá ocasiones en donde ciertas torpezas técnicas o diálogos mecanizados anulen la posibilidad de creer en lo que se nos muestra, La despedida tendrá en sus personajes y sus mejores momentos un contrapeso aún mayor. Llegando el final ya no será fácil ignorar el corazón simple y apasionado que estructura toda la película, y que nos ofrece más bien la opción de disfrutarla en sus escenarios cotidianos, charlas en reposeras y almuerzos sin pagar: es decir, en la verdadera esencia, sencilla y pequeña, nostálgica e inocente, que irrumpe entre sus grandes conflictos.