La desaparición

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Sin noticias de Dios

Hace muchos años un paciente me dijo “el día que toque fondo, me regalaron una pala”, tratando de ser humorístico y mencionando a Emil Michel Cioran, el filosofo de la fatalidad de origen rumano. Este filme, también de origen rumano, desde el director hasta la producción misma parece ir por las huellas del escritor coterráneo.

En sus más de dos horas y media de duración somos testigos de un descenso al infierno que el mismo Dante no hubiese imaginado.

Tudor Ionescu (Bogdan Dumitrache) y Cristina (Iulia Lumanare) han formado una familia feliz con sus dos hijos, María e Ilie.

Él es empleado en la compañía telefónica, ella contadora. Una vida sin sobresaltos. Los treinta y pico de años bien llevados, nada sobra y nada parece faltar. Una familia normal.

Pero una mañana de domingo cualquiera, cuando Tudor lleva a sus hijos al parque lo insondable se hace presente, María desaparece. Sus vidas cambian abruptamente, y para siempre.

Lo que podría haberse transformado en una búsqueda frenética, tipo Hollywood, en manos del director rumano se convierte en una radiografía de la declinación hacia la nada.

Hay un punto de inflexión en el relato, ese en el que las palabras huelgan, ella no quiere culpar, pero éste se muestra no sólo culpable, sino impotente.

Lo que se traduce en ruptura del hasta ese momento la vida de la familia, ya no importan ni las familias de origen, los amigos, las reuniones, las risas, la distensión, nada. No hay, no existe, consuelo alguno.

El espectador es llevado por las manos del realizador haciendo que éste se identifique con Tudor de manera plena, ya sea en su desesperación, su dolor, su culpa, en ese hueco que lo instala en vértigo del hundimiento.

Trabajada con una estructura lineal, desarrollo continuo sin rupturas de ninguna naturaleza, ni temporales ni espaciales, haciendo uso de planos enteros y generales, quietos, donde parecería que nada sucede. Todo sucede, con la mejor herencia narrativa de Andrei Tarkovski diciendo presente.

Hasta la utilización de primeros planos, donde se habla mucho y poco es lo que se dice, lo dicho aparece en los cuerpos. La cercanía y el alejamiento de los mismos, los rostros, las miradas.

Alternando con planos secuencias, por momentos maravillosamente interminables, como el del parque o el devastador plano secuencia del final, con un giro inesperado, esos que golpean, sin dejarte fuera de combate pero que te cortan la respiración.

Si esto sucede más allá de las bondades de la realización se debe a la magistral actuación de Bogdan Dumitrache, a quien conociéramos como Barbu en “La mirada del hijo” (2013) en el rol del hijo, ahora como ese padre, ese hombre que va desapareciendo a medida que transcurren los minutos, las horas, los días, hasta la nada.

Juro que busque la traducción del titulo en rumano “Pororoca” y no la encontré o no hay traducción literal, como si fuese una onomatopeya.

Como decía el filosofo rumano “podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos”.

(*) Producción de 2001, realizada por Agustín Díaz Yañes.