La desaparición

Crítica de Felipe Vicente - EscribiendoCine

Otro trueno rumano

El cine rumano azota otra vez. Con su sello propio, La desaparición (Pororoca,2017) realiza una brutal crítica hacia el interior de la sociedad rumana. La desaparición de una chica y el aislamiento social que sufre su padre revelan el deshumanizante sentido del hombre.

Constantin Popescu se suma a la larga lista de cineastas que han consolidado la cinematografía mas influyente de los últimos veinte años. Si Más allá de las colinas, La mirada del hijo y Aurora conforman el podio del cine rumano, sin duda La desaparición hace suficiente ruido como para perfilarla dentro de lo mejor del año. Su esencia es difícil de comparar a otros cines europeos, no existen films rumanos flexibles ni tolerantes, mucho menos compasivos.

El guiño llega en la primera escena. María (Adela Marghidan) baja al agua ayudada por su padre durante las clases natación. Las manos se sueltan. Luego se provocan extrañas llamadas a la madre, que son una especie de distracción creada desde el guion para mantener la expectativa. El anzuelo, punto de inflexión, nace con el meticuloso proceso de desaparición de María, desarrollado en una larga secuencia montada en la plaza menos convencional conocida.

Funciona, más bien, como un recipiente experimental o tubo de ensayo social, donde el realizador va creando en el mismo plano continuo, diversas situaciones que ejemplifican el modelo actual de la sociedad rumana (el de las ancianas con el joven, aunque ácida, es la única concesión humorística que se otorga).

Al momento de la desaparición, el conjunto social entendido como “las personas” o “la gente”, es el primero en negarse a Tudor (interpretado por el ganador a mejor actor en San Sebastián, Bogdan Dumitrache) quien cuanta más ayuda necesita, menos recibe. El proceso de descomposición social no se detendrá hasta pudrid la integridad del último personaje de la historia. Desahuciado por los amigos, la policía (que realiza más preguntas que respuestas) y por último la familia, resuelve salir a la calle a pegar papeles. El peso de la culpa va mermando su psicología y hasta el estado físico. Estremece pensar en el concepto de ausencia (muy trabajado durante la película), más en nuestro país. Si el diablo existe, seguro se anida allí, en la desoladora sensación de no saber.

La lumínica casa de esta familia de clase media activa va alterándose hasta quedar consumida al más desesperante y triste recóndito humano. Oculto en ella (sobre)vive un abandonado padre de familia. Acaso la víctima de este sistema social completamente deshumanizado. La angustia vence a su esposa mucho antes de que ella pueda prepararse y huye con el otro hijo. También carcome el tejido social la constante sospecha. Un hombre encontrado en algunas fotos sacadas ese día en el parque, es el chivo expiatorio creado por el propio desconsuelo de Tudor.

Aislado de todo, sin contención alguna, el único propósito posible es transitar las desamparadas calles hasta dar con el departamento de este hombre. Visceral, descarnada y devastadora, así es la deshumanizante La desaparición. Nadie podrá dormir tranquilo.