La delicadeza

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Un tono medio donde la sorpresa es la excepción

“Una comedia romántica diferente”, reza el afiche local de La delicadeza, flotando por encima de una imagen de perfil de su protagonista absoluta, la actriz Audrey Tautou. En realidad, poco de delicado hay en el film, a excepción tal vez de la belleza ingenua y algo aniñada de la estrella de Amélie (karma tautouesco, bendición y maldición perenne en la carrera de la actriz). Tampoco encontrará el espectador nada demasiado diferente al universo de otras comedias románticas pasadas y por venir. El debut como realizadores de los hermanos David y Stéphane Foenkinos –el primero es también el autor del bestseller en el cual se basa el guión– regurgita, sin demasiada digestión de por medio, varios de los lugares comunes de los relatos de tragedias seguidos de segundas oportunidades. Eso sí, con un timbre ligero, que nunca abandona la amabilidad y el buen gusto, un tono medio donde la sorpresa es la excepción y la cursilería asoma su nariz en más de una escena.

Tautou es Natalie, una treintañera iniciando su carrera profesional y un matrimonio que el film describe como poco menos que ideal (un travelling circular trucado por CGI genera escalofríos con su estética de productora de videos para eventos sociales). Luego de la desgracia y la viudez, los hermanos Foenkinos no piden demasiado de su musa, apenas que esté allí, en pantalla, manifestando con sus tristes y grandes ojos la pesadumbre de la pérdida, la falta de compromiso emocional con el mundo que la rodea. Entra en juego el comediante François Damiens en la piel de un sueco enorme, torpe y desaliñado, suerte de antítesis del galán romántico que, en gran medida, se transforma en la tabla salvadora de la película. La historia de amor (en apariencia) imposible entre el tozudo hombre nórdico y la atribulada parisina sigue su derrotero con ligeros desvíos narrativos: la vida cotidiana en una empresa multinacional, con sus pequeñas y grandes miserias y alegrías, el contacto con amigos y familia, la relación con un jefe algo sexista. Y, por supuesto, las postales de París diurnas y nocturnas –plano Eiffel incluido– como trasfondo de un relato que se encamina derechito y sin chistar hacia el final feliz, previo portazo y regreso a las fuentes de Natalie, otra recurrencia presentada aquí como el más novedoso de los recursos.