La delicadeza

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Una cinta modesta sobre segundas oportunidades

Sin ninguna experiencia previa en el cine, David Foenkinos adaptó y filmó su propia novela, titulada La delicatesse , que fue un éxito de librería. Trabajó con la ayuda de su hermano Stéphane, que tenía antecedentes como guionista y en selección de actores.
Sin complejos ni titubeos, Foenkinos abrevó en filmes de François Truffaut (por caso, Domicilio conyugal , 1970) y del más reciente Michel Gondry. El resultado es una comedia romántica, llena de optimismo, sobre el meneado tema de las segundas oportunidades.
La protagonista es la treintañera Nathalie Kerr, interpretada por la aniñada e insulsa Audrey Tautou, a quien sus detractores llaman Amélie. En el inicio del relato afirma con vehemencia que odia a las actrices y con una amiga de burla de ellas.
Nathalie se enamora y se casa con François, pero el matrimonio tendrá poca vida, porque los autores sacan al marido del ruedo por vía de un accidente, para observar la viudez de la protagonista y proporcionarle la ya mencionada segunda oportunidad de enamorarse.
¿Por cuánto tiempo debe extenderse el duelo? ¿Un mes, un año, dos, cinco? No hay nada establecido y si a alguien se le ocurriera realizar una encuesta, se llevaría más de una sorpresa.
A Nathalie le alcanzan tres años. En el ínterin comienza a trabajar en una empresa multinacional de origen sueco, donde esquiva como puede el acoso de su jefe, un hombre casado que se ha enamorado de su empleada y no admite la derrota.
Cierto día y sin previo aviso, Nathalie le estampa un fogoso beso en la boca de su subalterno Markus Lundell que, sorprendido, se queda atolondrado, patitieso y con muchos pajaritos revoloteando alrededor de su cabeza.
Markus es sueco, algo tímido, torpe, desaliñado y físicamente poco agraciado. Los compañeros de trabajo de Nathalie lo consideran "demasiado poco" para una mujer tan atractiva como es ella.
Pero contrariando a propios y extraños, Nathalie y Marcus comienzan una relación, inicialmente precaria, con muchos obstáculos, pero destinada a demostrar la falsedad o hipocresía de algunos clisés, y que el amor puede ser ciego, pero no tanto. Además, todo depende del cristal con que se mira.
Los Foenkinos evitan los excesos y los golpes bajos (la película es apta para todo público), procuran que la historia discurra por caminos clásicos y logran que los personajes se muevan con la discreción que sugiere el título.
Aunque para los directores, que fallan en el ritmo narrativo, la "delicadeza" sería, según su propia confesión, "lo opuesto a las prisas groseras del mundo tecnológico".
La historia se desarrolla en París y los Foenkinos no ahorran postales de la ciudad --incluida la Torre Eiffel--, que pueden despertar, quizás, algunas nostalgias.