La decisión

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

Cuando el cine iraní no es iraní, se nos presenta frente a los ojos el fenómeno de imperialismo cultural en primera plana. En este caso es el de un híbrido entre cine comercial americano y temas de sesgo local iraní. Y les aseguro que este nuevo fenómeno del cine no es para nada grato a quienes festejan algún destello de marca autoral en la pantalla grande.

Aquí el director Vahid Jalilvand emula un poco el espíritu de Asghar Farhadi, director de La separación (2011), que hace ocho años y en paralelo a los pasos del cine del gran maestro Abbas Kiarostami, planteaba un modelo de relato más comercial, pero con estilo. Una manera de narrar para todo público los temas locales morales con una presentación formal bastante moderna, precisa y convocante. Pero emular casi 10 años más tarde a Farhadi en sus primeros filmes no es un mérito muy festejable, si a eso se le adosa un clima de película legalista americana que bien podrían haber protagonizado Meryl Streep y Robert De Niro veinte años atrás, relajadamente dirigida por algún buen director anglosajón de renombre.

El relato condensa un vaivén de cuestionamientos morales varios que parten de un mismo disparador. Estos interrogantes van de mano en mano por los personajes de turno pero que se centran sobre el personaje de un prestigioso médico forense. El filme abre con la escena del médico ya mencionado que manejando su auto en una noche oscura y luego de una maniobra imprudente choca a una moto que lleva a un matrimonio y dos niños. Aún cuando el choque se presenta como menor, el médico insiste en llevarlos al hospital y ante la negativa termina dejando que tomen algo de dinero para llevar al niño al hospital, lo cual los padres aceptan con simpleza, pero que frente a los ojos del médico no cumplen. Y el médico sigue su camino…

Al otro día el forense se entera de que esa noche, unas horas más tarde, el niño ingresa al hospital y fallece. Pero la autopsia, realizada por su propia esposa, señala que la causa de muerte no es otra que botulismo.

A partir del motor de la culpa no resuelta que el médico padece frente al suceso del accidente y su posterior consecuencia indirecta, se desencadenan una serie de hechos al estilo dominó. En estos se enlazan su tormento moral, la ira del padre frente a quien podría haberles abastecido del alimento en condiciones de riesgo de vida y así sucesivamente. Todos se superponen entre las culpas propias y las ajenas, entre los errores in crescendo y la búsqueda indirecta de un castigo justo a quien le tocara, fuera este religioso o al mismo tiempo legal.

El estilo de los personajes, la caracterización y las actuaciones son más dignas de un filme angloparlante que de uno del medio oriente. Las escenas, llenas de información en los diálogos, y el espíritu inductivo de la trama no aportan nada nuevo a la pantalla de un cine iraní que fue resurgente en los años 90, aquel que era más atractivo por sus fuerzas emocionales e ideológicas controversiales que por un relato de manual sobre culpas musulmanas en formato de película.

La cámara imita aquellos movimientos sueltos, de una cámara en steady o al hombro, como de una movilidad suave pero presente, tal cual los filmes de Asghar Farhadi de antaño. Y ver una copia de tamaña evidencia, más que generar la admiración del “homenaje” resulta incómodo a la vista de un espectador atento.

Para quienes desconocen el cine iraní de base, este relato de pretensiones moralistas con color local sumido en una vorágine de cine de conflictos varios puede resultar más ameno que la narrativa de otros directores iraníes, ni hablar de compararlo con Kiarostami.

Por eso esta propuesta de cartelera se resume como una marea de forzadas vueltas premeditadas en el guion para lograr un cuento de especulado impacto moral y narrativo que se hace totalmente previsible.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria