La dama de oro

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Un relato sobre la memoria que contribuye a la paz

“La dama de oro”, del director Simon Curtis, llama a encontrar sentido a la revisión del pasado.

“Nunca admitirán lo que hicieron, porque si admitieran una cosa tendrían que admitir todo. Nunca fueron víctimas. La mayoría arrojaba flores y recibía a los nazis con los brazos abiertos. Esa es la pura verdad".

Esta y otras afirmaciones que calan profundo en la conciencia, se le atribuyen en el guión de La dama de oro a María Altmann, austríaca de origen judío, quien logró llevar al Estado de su país de origen al estrado, para lograr la restitución de valiosas obras de arte de su familia, robadas durante la ocupación nazi en Viena.

Tras un litigio que alcanzó, incluso, los fueros internacionales, la mujer se reencontró con el retrato de su tía Adele Bloch-Bauer, realizado por Gustav Klimt, que había desaparecido de su vida 68 años antes y durante más de medio siglo se exhibió en el Museo Beldevere de la capital europea, siendo conocido como "la Monalisa austríaca". Ese cuadro se exhibe actualmente en la galería de arte Neue de Nueva York.

La cinta de Simon Curtis (Mi semana con Marilyn) recorre el doloroso proceso de recuperación del cuadro que enfrentó Almann con asesoramiento jurídico del joven Randy Schoenberg, nieto del compositor, enlazando pasado y presente con múltiples flashbacks que cuentan sobre los Altmann y su entorno social, sus propiedades y su destino, similar al de tantas víctimas del Holocausto.

Un Estado austríaco que promueve una ley de restitución de propiedades a las víctimas de tan horrorosa historia mientras pone trabas para su real cumplimiento, y un joven periodista que se ofrece a ayudar a los reclamantes en la causa, representan los polos de una sociedad con heridas profundas, que no encuentran cura en la memoria por sí misma, sino en la justicia que se obtiene a partir de su ejercicio.

Entre Nueva York y Viena, el tránsito entre aquel pasado y un presente que confronta a la protagonista se da ante el espectador sin piedad pero sin traumas: en definitiva, no hacen falta golpes bajos para producir la empatía o rechazo buscados entre el público y los distintos personajes.

Una vez más, Helen Mirren se lleva los laureles en la encarnadura de María Altmann y en una historia para no olvidar. La banda musical de Hans Zimmer es una compañía que se agradece.